domingo, 26 de junio de 2011

Colapsos y Encuentro


“Allá en la Luz está la libertad y

Aquél que tiene el poder para hacer

nuevas todas las cosas, perfeccionará

su obra hasta el día final”.

«¡¿Y qué pasa cuando noche tras noche clamas y clamas y adoras y oras y no encuentras ninguna respuesta, sino que Dios permanece lejano?! ¡Tengo ya dos semanas sin escuchar, sin sentir, sin tener respuesta alguna por parte de Dios! Él continúa lejano, sin querer contestarme ni hacerme saber lo que quiere! ¡Hago de todo: oro, adoro… y nada sucede!». Las palabras simplemente salieron disparadas por mi boca; no las pude contener, no pude reprimir más mi estado de ánimo, sólo sucumbí ante la verborrea implacable que me desnudó frente a todo el salón de clases.

Mi cuerpo temblaba incesantemente y me parecía que estaba a punto de colapsar. De un aventón arrojé unas cuantas hojas de mi mesa al suelo. Sentí la mirada de mi amigo sobre mí y fue entonces cuando caí en cuenta que el curso entero me estaba observando y que el traductor y el expositor me miraban fijamente. Intenté recobrar el control. Poco a poco construí nuevamente la pared alrededor de mis emociones y me negué a contestar cualquier pregunta que me hicieran. Ya había hecho suficiente. No iba a denotar mi debilidad ante nadie. «Es más», pensé, «no creo que a nadie le interese, ni quiero cargar a nadie con mis cosas».

Tomé el chupete que una compañera me brindó y me ahogué en el azúcar, controlando mi presión e intentando recobrar el control de mi interior. Colapsaba. Mi visión se había nublado y me desvanecía en la vertiginosa niebla de mis emociones. Mi cuerpo temblaba y la pared se quería desplomar. No sé qué habrá estado diciendo el expositor, sólo quería evitar caer al piso y causar una mayor revuelta.

Cuando hube reprimido lo suficiente el bolo de palabras y emociones que querían explotar, pude controlar el colapso nervioso. Sin embargo, el día recién había iniciado y se venía un tiempo de catarsis suis generis que podía hacer mermar mi capacidad de raciocinio y entregar mi lógica al control y dominio de mis emociones.

Simplemente quería salir huyendo. No quería revelarme débil ante todo el curso. Los maestros se habían sentado frente a todos y nos invitaban a expresar lo que nos ocurría. Mi pensamiento lógico ordenaba retroceder a mis emociones, quienes salían con su artillería a revelarse al mundo exterior. Uno por uno mis compañeros expresaban sus dolencias, sentimientos de impertenencia y dolor. Mi cabeza daba vueltas y mi cuerpo empezaba a colapsar una vez más. Sentía una batalla dentro de mi cuerpo y me hallaba en el limbo en que mi alma se rebelaba contra el Espíritu y quería renunciar.

Me levanté presuroso, dispuesto a huir. Podía irme a caminar al Malecón una vez más, como el día anterior… pero, no quería preocupar nuevamente a todos… aunque, ¿realmente se habían preocupado por mí? Llegué a las escaleras y una fuerza mayor me detuvo de seguir bajando. Volví mis pasos y me encerré en el baño. No podía seguir reprimiéndome. Debía expresar lo que sentía. Necesitaba ayuda.

Salí y con mi último aliento, mi corazón latiendo como si me hallara en una carrera o una batalla, susurré: «Ayúdeme… me siento mal… siento una gran lucha dentro de mí». Ella, corriendo hizo unas llamadas; habló con su esposo, quien contó a todos que necesitaba ayuda. Con la mirada y sin apenas mover los labios, pedí a mis dos amigos que empiecen a orar por mí. Estaba en estado de emergencia; no podía aguantar más… me desvanecía y todo daba vueltas. De pronto, la pared dejó de temblar, se volvió una coraza de hierro que encerró mis emociones y me volvieron frío. ¿Por qué él tuvo que decir al curso entero que necesitaba ayuda? No respetó mi confidencialidad y no quería que nadie sienta pena por mí.

Mis compañeros oraban fuertemente alrededor mío. Pude sentir la mano de mi amigo presionando fuertemente mi hombro, pero no sentía nada, solamente coraje porque ahora todos sentirían pena de mí. Pero, cuando una de ellos oró, sus palabras atravesaron mi coraza y me eché a llorar sobre su hombro. Temblaba con fuerza pero, aún me preguntaba, ¿por qué Dios permite que eso me pase a mí? ¿Hasta cuándo yo sería parte de su Horror Picture Show y el blanco de tantos ataques?

Las preguntabas se arremolinaban en mi cabeza y no lo soportaba más. No importaba cuánto me dijeran, nada satisfacía mis interrogantes ni provocaban que ese sentimiento cese. Nuevamente oraba, entregaba todo en manos de Dios y nada; nada sucedía ni aliviaba la angustia flotante que me agobiaba y no me dejaba dormir. Era un letargo que me acompañaba y Dios no hacía nada para salvarme. Sentía Su mano aplastándome contra el suelo y revolcándome en el lodo en el que estaba. Quería gozarme y no podía. Quería regocijarme y deleitarme en Él pero no podía. No podía siquiera disfrutar a mi familia ni, mucho menos, a mis amigos… más bien empezaba a dudar de que aun a ellos les importe. Necesitaba que me abracen, conforten y consuelen, pero no quería cargar a nadie con mi situación.

Entonces, Dios me habló a través de mi amigo y me hizo notar que Jeremías se sintió igual que yo (Lamentaciones 3). Comprendí que no estaba solo y que no era el único que se sentía así. Comprendí que no debo deleitarme por lo que tengo o no, sino porque las maravillas de Dios son nuevas casa mañana. Comprendí que Él no está lejano, sino que Su amor y gracias me acompañan a cada instante y me ayuda a atravesar este desierto. Y, entonces, entendí que debía estar dispuesto a recibir.

Y me parecía oír la voz de Dios diciendo: «No te rindas, es tan sólo el peso del mundo sobre tus hombros. Yo lo quiero llevar y aliviar tu carga. Todos quieren ser entendidos y escuchados. No temas, prepárate para recibir». Simplemente me entregué en brazos de Jesús, deposité sobre Él mi carga y lloré. Esa noche alabé a Dios en medio de la tormenta y recordé subir en aquel tranvía llamado Dolor, pero sentándome en el vagón en donde Deleite era quien lideraba mi trayecto y me permitía gozarme en la presencia de Dios.

Mis vendas cayeron esa noche y pude ver cuán amado era y cuánto amor Dios me prodigaba mediante mi familia y amigos. Pude entonces ver la Luz y saborear el deleite de la libertad, reconociendo que Aquél que empezó la buena obra en mí, la perfeccionará hasta el día final.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tus comentarios. Éstos me animan a continuar publicando. Dios te bendice.