sábado, 18 de junio de 2011

El Tribunal de las Emociones (Parte 2)


El Juez salió de la corte, corriendo hacia donde la mirada del Supremo no lo pudiera perseguir. Aunque corría y corría, no podía dejar de sentir la penetrante presencia del Supremo, quemando cada parte de su ser. Podía oír retumbar aún sus palabras, en cada fibra de su ser y sabía que debía entregar su caso en manos del Supremo. Pero, no lo haría, el temor a la pérdida lo asediaba; si entregaba su caso, lo más probable era que perdiera más que ganar.

Por la noche conversó con su amigo. No podía contarle todo el caso, porque se exponía a quedar al descubierto y, tal vez, perder a su amigo. Entre bromas y risas esquivó las cosas ocultas en su corazón, dejando a la intemperie una mentira disfrazada de verdad. Pero, los pensamientos se debatían en su cabeza y no lo dejaban pensar. Quiso buscar al Supremo y darle todo, pero no podía admitir que estaba dispuesto a perder.

Se dejó perder entre la alegría que lo embargaba, creyendo que todo podía quedar resuelto. Sintió que Celos había bajado la guardia y que Enemistad había desaparecido. Aun cuando Atracción aún circundaba su espacio, podía ver que caminaba sin Celos y Enemistad acompañándola. Fue, entonces hacia el lugar secreto y allí invocó el nombre del Supremo, sintiéndose ganador y con una gran satisfacción rebosando en su pecho.

Allí lo encontró, esperando por él. El Juez se postró ante el Supremo y le agradeció por todo lo que había hecho por él. Ni siquiera sintió un atisbo de remordimiento, ni aun recordó hablar sobre su caso. El Supremo lo miraba, escudriñando su corazón y sabiendo que todo estaba a punto de estallar.

Celos volvía a erigirse portentosamente, seguido del poder destructivo de Enemistad, enarbolando la espada de la destrucción en contra de su amigo. Sus cargos tenían un peso devastador. Ahí veía a su amigo coqueteando con ella y ella siendo recíproca. No podía hacer menguar a la feroz bestia en que se transformaba Enemistad. No podía amansarla, aunque pudo reprimir su ira. Celos reía jactanciosamente. Ya no había Amor Fraternal que presente un alegato y, finalmente, podía mandar a prisión a aquel amigo.

Pero Amor Fraternal entró con fuerza, con un álbum de recuerdos en que podía verse al Juez y su amigo. No podía permitir que Atracción continúe siendo influenciada por sus vecinos. Debía recordar quién permitió esa amistad y que podía confiar en Él. Pero el Juez se negaba a escuchar tal recomendación.

El Juez ordenó un receso para poner en orden las pruebas y alegatos presentados. Sin embargo, se mostraba muy parco con su amigo y con ella, también. Celos lo acompañaba por donde él caminara, dictando lo que debía hacer con respecto a su amigo y ella. El Juez sólo oía el susurro de Celos, aunque el poder de Amor Fraternal era muy fuerte y le impedía cometer cualquier locura.

Llegó a casa y meditó en todo lo sucedido. Buscó el consejo de la Mujer Sabia y ella lo mandó a conversar con su amigo y entregar su caso en manos del Supremo. Sabía que eso es lo que debía hacer y no iba a volver atrás.

Llegó donde su amigo y le expuso su caso. Al momento llegó el Supremo, extendió su mano y tomó el caso.

-¿Acaso no fui yo quien te dio a tus amigos?- le preguntó. -¿Por qué entonces sigues temiendo perderlo? Yo, el Supremo te concedo la victoria y, aunque lo pierdas, ganas, porque entonces sabrás si él es tu amigo.

El Juez conversó libremente. Su amigo lo abrazó y agradeció su sinceridad. A él le importaba más la amistad que lo que una chica pudiera representar y haría lo mejor por la amistad. El Juez veía cómo Enemistad era atravesado con la espada de la verdad que portaba el Supremo. Celos era ahogado en el río del amor que brotaba del corazón del Supremo.

Amor Fraternal emergía del río y abrazaba a los dos amigos que, ahora, oraban juntos y entregaban su amistad en manos del Supremo. El Juez supo que no podía juzgar. Ya no podría llamarse más un juez, sino un Siervo que prefería depender del Juez Supremo, quien siempre le prometía justicia, victoria y gozo en su presencia.

Los dos amigos terminaron de orar. Ambos sabían que el Juez Supremo se haría cargo de todo y que mientras descansen en Su justicia, no debían preocuparse. Se levantaron y caminaron hacia la casa, conscientes de que la presencia del Supremo siempre estaría con ellos.

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