“Confía en
el Señor y haz el bien; establécete en la tierra y mantente
fiel. Deléitate en el Señor, y él te concederá los deseos de tu corazón.
Encomienda al Señor tu camino; confía en él, y él actuará. Hará
que tu justicia resplandezca como el alba; tu justa causa, como el sol de
mediodía” (Salmo 37:3-6)
¿Cómo
enfrentamos el desánimo y la desazón? ¿Cómo hacemos frente a los golpes que
este mundo caído nos induce? ¿Qué hacer frente a las situaciones que nos hacen menguar
el gozo y cuando nada parece tener sentido y solución?
No
es de extrañar que en nuestro día a día nos topemos con circunstancias en las
que cualquier palabra recibida pareciera no tener su cumplimiento. Es más,
muchas veces pareciera que, como resultado de dicha palabra, las cosas se
volvieron más oscuras y en vez de ser de bendición, no vemos la mano de Dios en
nuestras vidas. Vemos que otros prosperan y les va tan bien y nosotros nos
sentimos como la oveja negra del rebaño del Señor.
¿Cómo,
entonces, pretenderemos siquiera levantar nuestro ánimo y continuar luchando
por nuestro gozo? ¿Podremos acaso volver a regocijarnos en la esperanza de vida
que representa para nosotros Jesucristo? Todo ello me lleva a pensar en lo que
detallo a continuación.
Un miserable como
yo
Recuerdo
que en una ocasión, una persona a la que admiro mucho, me dijo lo siguiente: “Guillermo,
cuando creas que no hay nada que pueda ser hecho, recuerda tu testimonio,
recuerda lo que el Señor hizo en ti. ¡Eso es un gran milagro!”.
Roberto
no se equivocó. De hecho, en su tiempo, John Newton, el comerciante de esclavos
que se caracterizó por su crueldad y abyección, reconoció su condición de
depravación humana, al punto que escribió:
“Asombrosa gracia,
¡qué dulce el sonido!
Que salvó a un
miserable como yo.
Una vez estuve perdido,
pero ahora he sido encontrado;
Estuve ciego, pero
ahora veo”.
¿Imaginan
el encuentro que el explotador y torturador de esclavos tuvo con la gracia? No fue un simple conmovido e
impulsado asistente de domingo a la iglesia. De ningún modo. Se trató de un
hombre que se encontró o, mejor dicho, fue encontrado por la gracia, por
Jesucristo. Fue un hombre que al verse descubierto, que al ser desnudado por la
gracia de Dios, no pudo hacer más que reconocer su naturaleza depravada, de
verse tal como somos: miserables.
No
obstante, aun siendo miserables, desdichados, infelices, depravados, Dios mismo
descendió a la tierra en forma de hombre, “se humilló a sí mismo, y se hizo
obediente hasta la muerte y ¡muerte de cruz!” (Filipenses 2:8). Su justicia
debía ser satisfecha con un sacrificio totalmente puro, una víctima que pagara
la condena justa por nuestra depravación. Dado que la paga del pecado es muerte, Jesús recibió nuestra
condenación, de modo que sólo Uno pague por nuestros pecados, el Justo por los
injustos, tan sólo por amor. ¡Asombroso
amor! ¡Asombrosa gracia!
Así,
si podemos imaginar que Su gracia es la que nos encontró (porque nuestra
depravación misma nos impedía siquiera pensar en acercarnos a Dios), que fuimos
encontrados por Él; que Él simplemente por amor se acercó a nosotros, nos
rescató, nos lavó con Su sangre, nos redimió de nuestros pecados; ¡nos hizo
libres y nos ha hecho sentar en lugares celestiales!, entonces no
desestimaremos que el mayor milagro ya ha sido ejecutado en nosotros: ¡Hemos sido hechos hijos de Dios! ¡Herederos de Dios y coherederos con
Jesucristo! ¡Libres, completamente
libres! Y la verdad más importante de todas: ¡Él nos ama! Por amor lo hizo, simplemente por Su gracia.
“Si su gracia es un
océano, todos nos estamos hundiendo”
–John Mark McMillan.
Confía en el
Señor
Si
Él ha hecho lo más grande por ti, ¿realmente dudas que hará algo más? La duda
es un insulto hacia el Rey de reyes. Estás diciendo: “tú no puedes hacerlo, YO
debo buscar un atajo una vía más rápida”. Minimizas el poder de Dios y
menosprecias uno de Sus atributos: Su OMNIPOTENCIA.
Por
algo se llama el Todopoderoso. Porque Él todo lo puede. No en vano Jesús dijo
de Su Padre: “si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos,
¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!”
(Mateo 7:11). Él es el creador del cielo, de la tierra y de todo lo que existe
en ella. El salmista lo expone de la siguiente manera:
“El Señor hace
todo lo que quiere
en los cielos y en la tierra,
en los mares y en todos sus abismos”.
en los cielos y en la tierra,
en los mares y en todos sus abismos”.
(Salmo
135:6)
Él
hace lo que quiere y en lo que Él hace encuentra placer; Él se deleita haciendo
todo lo que quiere; se goza; se regocija, porque como Jesús lo dijo en Mateo,
Él da y hace cosas buenas. No hay
más vueltas que darle. Toma Su tiempo y lo hace a Su manera simple y
sencillamente porque Sus pensamientos no son nuestros pensamientos ni Sus
caminos nuestros caminos. Sus pensamientos y caminos son más altos que los
nuestros (Isaías 55:8, 9). Pero, este pasaje significa más que simplemente que no podemos entender los pensamientos y caminos de Dios. ¡Yo en este pasaje veo alturas! Sus pensamientos de bien nos prometen alturas, niveles nuevos de gloria. O sino,
¿por qué Dios nos demanda que vayamos de gloria en gloria? La única respuesta
que encuentro es que, Él sabiendo que nuestra humanidad y raciocinio nos
impiden alcanzar esas alturas, ¡son Sus pensamientos y Su obra en nosotros, los
que nos llevan a nuevas alturas!
Es
Él. Todo tiene que ver con Él. Él hace lo que quiere y ¡Él ejecuta Sus
pensamientos de alturas nuevas en nosotros! Por ello el salmista nos dice:
"Confía en el Señor y haz el bien”. Es decir, confía, no te desanimes. Cuando
nos desanimamos, dudamos e insultamos a Dios. Eso mi amigo, es hacer el mal. Sin
embargo cuando confiamos y nos mantenemos fieles,
adoramos a Dios y reconocemos ¡Su grandeza, Soberanía y poder!; reconocemos que
Él es el Todopoderoso… y eso es hacer el bien.
¡Confía!
¡No te desanimes! Que Él te tiene preparado para nuevas alturas.
Deléitate en
el Señor
Cuando
confías en Dios, pones tu esperanza y tu fe en la Persona correcta: En DIOS. No
en los bienes materiales ni en la bendición, sino en DIOS. Pablo lo hacía, el
tomaba todo lo demás como basura. Su única razón de vivir fue Jesucristo. Por ello
dijo:
“Porque
para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia”.
(Filipenses
1:21)
Él
se debatía en la disyuntiva de querer partir y estar con Cristo, “que es muchísimo
mejor” y quedarse por el bien de la iglesia, para que Cristo sea glorificado.
(Filipenses 1:23). En ambas decisiones, Cristo era el centro de su decisión. Ése
era su verdadero deleite y gozo: JESÚS.
Nada
debe ocupar el lugar que únicamente le pertenece a Jesucristo. Por eso, cuando
confiamos en Dios, cuando nuestra fe se coloca en Él y no en la bendición, Él
es más glorificado, porque encontramos la delicia que representa Su presencia
para nosotros. Confiamos, no porque nos va a bendecir, sino por Quien es Él: EL
REY, EL SEÑOR, EL TODOPODEROSO. Porque Él merece toda la gloria y la honra. Porque
Él es el Digno y nosotros los indignos.
De
no haber sido por Su gracia, seguiríamos en el pozo de desesperación en el que
vivíamos. Continuaríamos revolcándonos en el lodo cenagoso. De no haber sido
por Su amor, no conoceríamos esta asombrosa gracia. No conoceríamos lo que es
ser verdaderamente libres. Seríamos muertos en vida que esperan la muerte
final. Su gracia lo es todo. Todo tiene que ver con Él y nada con nosotros.
Y
si Él no dio al Hijo, nos dará todo lo demás con Él. Tan sólo esperemos en Su
soberanía y confiemos en Dios. Al final nos asombraremos de ver que la Luz
estaba más cerca de lo que parecía. Solamente que no habíamos puesto nuestra vista en
la perspectiva correcta.
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