“Practiquen el
dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león
rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo, manteniéndose
firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la
misma clase de sufrimientos. Y después de
que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia
que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes,
firmes y estables. A él sea el
poder por los siglos de los siglos. Amén” (1 Pedro 5:8-10).
Mantenerse
firmes en la fe es un llamado enérgico que implica una posibilidad devastadora:
podemos claudicar. Como lo manifesté en una publicación anterior, el hecho de
las circunstancias que nos rodean y que parecieran eclipsar la Luz al final del
camino, nos podrían llevar a dejar de confiar y creer.
Frente
a esta situación, el apóstol Pedro erige un llamado de atención –casi angustiante–
de mantenernos alertas y firmes en la
fe. ¿Por qué? ¿Por qué este llamado? ¿Por qué esta bandera enarbolada ante un
naufragio inminente? ¿Podríamos los creyentes, acaso, llegar a naufragar en
nuestro camino hacia la gloria de Dios?
Creo
(y me atrevo a sugerir) que el mayor riesgo –antes que claudicar en nuestra fe–
es el hecho de no concebir ciertos puntos que puedo extraer de este pasaje. La
mala conceptualización y entendimiento de lo que se refiere la fe, es lo que
puede llevarnos a confundir sentimientos de desánimo con falta de fe, o de
debilidad con ausencia de gozo.
Una medida de fe recibida
Es
necesario comenzar señalando que la fe
como tal, es obra del Espíritu Santo en nosotros. Punto. No hay más vueltas
que darle. Debido a la naturaleza depravada e incrédula del ser humano, es imposible
que podamos generar fe en un Dios Santo, Puro e INVISIBLE.
Nuestra
configuración material[1] nos permite simplemente creer y confiar en
aquello que podemos percibir y consensuar. Es decir, internalizamos lo que
nuestros sentidos captan del medio en el que nos desenvolvemos; lo asocia con
los archivos de memoria que tenemos y crea una percepción, al tiempo que lo
almacena en la memoria. Reflejamos la realidad que podemos ver, oír, oler,
captar, sentir. Y, al mismo tiempo, creemos en lo que podemos consensuar con
nuestros comunes[2]. Aquello que se sale del campo objetivo, no lo
admitimos como real, a menos que lleguemos a tener una experiencia
SOBRENATURAL.
Desde
el momento en que el primer hombre pecó, rebelándose contra la soberanía de
Dios, la razón entró a gobernar las
decisiones de la humanidad. A cualquier otra forma de pensamiento, se lo denominó
pensamiento mítico o fantástico, prohibiendo la aceptación de
cualquier otra teoría que no tenga que ver con aquello que se pueda percibir de
la realidad “objetiva”[3]. Así, se dejó de lado la creencia en algo
sobrenatural y a aquellos que lo profesaban, se los encasilló y agrupó juntos
con los locos y fanáticos. La razón gobierna aún en nuestros días y, queramos
admitirlo o no, la razón está ligada a la idea de que podemos gobernarnos a
nosotros mismos.
Si
nuestra mente sólo acepta aquello que podemos demostrar y consensuar con
nuestros otros comunes, ¿es acaso
posible que nosotros mismos podamos generar fe en un Dios invisible? La única
respuesta que hallo es un rotundo NO. Por nosotros mismos nos es una locura
siquiera pensar en un Dios invisible y en un mundo sobrenatural. Mucho más si
somos gente de “ciencia” y de probabilidades. Es incluso inaudito, que nos
resulte más fácil creer en karmas, chacras y cualquier otra de esas cosas,
que en un Dios que lo creó todo de la nada y que envió a Su Único Hijo a morir
por nuestros pecados. Si nos es imposible pensar en algo así, mucho más creer
que eso es VERDAD y, mucho más, creer que basta con ejercer fe en esa verdad y
arrepentirnos de nuestros pecados, para poder tener vida eterna en un cielo.
Todo
ello nos suena a fábula y pensamiento
mítico. Muchos incluso llegan a pensar que sólo creen en esto los
ignorantes, iletrados, o aquellos que lo han perdido todo y que no tienen otra
salida que no sea la religión.
La
experiencia sobrenatural de aquél que es encontrado por la gracia, es
producto del Espíritu Santo. Es Él quien entra en el hombre y cambia el corazón
de piedra y pone uno de carne, de modo que reciba la Palabra de Dios (Ezequiel
11:19). Por ello Pablo escribe que “la fe viene como resultado de oír el mensaje,
y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo” (Romanos 10:17). Asimismo, en
su carta a los Filipenses, él declara que “Dios es quien produce en ustedes
tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad” (2:13). Él es quien produjo en nosotros la fe, a
través de haber oído Su Palabra, de modo que se cumpla su buena voluntad.
Entonces,
podemos ver que es Dios mismo quien produce fe en nosotros, primeramente para creer en Su Palabra y aceptarla
como real, y así llegar al arrepentimiento y al conocimiento de la gloria de
Dios en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4:6). Ello resulta en una medida de
fe que nos da el Espíritu Santo y que luego se irá desarrollando en nosotros.
Resumiendo
podemos señalar que:
1.
Lo
importante en este punto es que Dios nos da la fe.
2.
Él
la genera en nosotros por el oír de Su Palabra.
3.
No
la generamos nosotros, ya que debido a nuestra naturaleza material, sólo
creemos en lo que podemos percibir de la realidad material.
4.
Todo
tiene que ver con Dios y no con nosotros, para que se cumpla Su buena voluntad.
Firmes en la fe
La firmeza de la fe, de acuerdo a este pasaje, va
ligada a “la misma clase de sufrimientos” que nuestros hermanos en todo el
mundo están soportando. La fe está intrínsecamente unida a los sufrimientos. No
se los puede divorciar, ya que la fe necesita de las pruebas para fortalecerse.
Es decir que, junto a la medida de fe que recibimos, recibimos una cuota de
resistencia ante las situaciones que podrían poner en riesgo de naufragio
nuestra fe.
“Ustedes no han pasado por
ninguna prueba que no sea humanamente soportable. Y pueden ustedes confiar en
Dios, que no los dejará sufrir pruebas más duras de lo que pueden soportar […]”
(1 Corintios 10:13, Dios Habla Hoy)
Todas las pruebas (lo cual incluye tentaciones,
tribulaciones, sufrimientos, dolor, etc.) son humanamente soportables. Dios, en
Su soberanía, las permite en nuestras vidas pero, junto a la fe que recibimos
en un inicio, nos dio una medida de resistencia, de modo que las podamos
soportar. Él nos da el kit completo y permite que atravesemos situaciones
dolorosas, en la medida que las podamos soportar. Al final, Él mismo, “cuando llegue la prueba, [nos] dará también la manera de
salir de ella, para que puedan soportarla” (v. 13b).
Es
en este mismo contexto, que el apóstol Pedro nos presenta este llamado de
alerta: “resístanlo [al diablo] manteniéndose firmes en la fe”, teniendo la
plena seguridad de que no somos los únicos que vivimos estas situaciones, sino
que todos nuestros hermanos alrededor del mundo loas viven también… y tal vez,
más doloroso que nuestras pruebas.
Al
otro lado, quizás, un hombre ve a su familia siendo fusilada por no querer
renunciar a su fe. Alguien puede haber visto a su madre morir, mientras
agonizaba en su lecho de muerte. Alguien ha perdido su dinero y sus negocios se
han ido a la bancarrota. Algún hombre de fe y recto, puede haber cometido
adulterio y ahora siente el peso de la culpa sobre sí. Quizás nuestra situación
cambia de perspectiva, cuando sabemos que hay otros que lloran con un dolor
mayor al nuestro.
La
buena noticia es que podemos resistir. Dios YA NOS CAPACITÓ Y EQUIPÓ para
atravesar la situación agobiante que estamos viviendo. Él nos dio la fe y junto
a ella el quantum de resistencia que
necesitamos para que nuestra fe sea
fortalecida. Las mentiras que el diablo susurra a nuestros oídos, se
derrumban ante esta verdad. Y si Jesús venció al diablo en la cruz y Él nos
rodea con Su plenitud, esa victoria también nos la ha concedido.
“Y después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo,
Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo,
los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables”
¡Ésta es la verdad victoriosa y gloriosa con la
que Pedro llega al clímax! ¡Dios mismo nos restaura con Su gracia! ¿Se dan
cuenta? Todo tiene que ver con Su gracia. Su gracia no culmina, sino que
continúa dándonos ese favor que no merecemos. Noten la obra de Dios:
- Él
nos da la fe.
- Él
nos da la medida de resistencia que necesitamos para cada prueba.
- Él
mismo nos fortalece y restaura.
- Concluyentemente,
Él mismo fortalece y desarrolla nuestra fe.
Todo tiene que ver con Él. Nuestra labor es simplemente
resistir firmes en la fe. Alimentarnos de las verdades que nos presenta en Su
Palabra. Recordemos que la fe viene por el oír y el oír la Palabra de Dios.
Debemos deleitarnos en las verdades que Su Palabra nos muestra y hallar deleite
en la gloria de Jesucristo. De ese modo nos mantenemos firmes en la fe y
podemos resistir a nuestro adversario el diablo y podremos aprender a caminar
por encima de las circunstancias (aparentemente) adversas…
Después de todo, si lo vemos en la perspectiva
correcta, las situaciones juegan siempre a nuestro favor. ¿No es acaso el favor
de Dios el que gobierna nuestras vidas? Si aprendemos a ver la vida con los
lentes de Dios, notaremos que cada episodio de nuestro desarrollo, es un
episodio abundante de gracia y las cartas de Dios juegan de tal modo, que al
final, seamos la voz que se levante en la sinfonía de la alabanza de la gloria
de su gracia.
¡Gózate! ¡Regocíjate! Porque tu Dios ya te ha dado la victoria. A Él sea toda la gloria.
[1]
Entiéndase por material, al hecho de que somos materia en movimiento. De ningún
modo me refiero a ser materia en el
sentido de ser interesados en el dinero; sino al hecho de ser materia en
movimiento.
[2]
Con consensuar me refiero a la
acción de adoptar una decisión por asentimiento o consentimiento, especialmente
el de todas las personas que pertenecen a nuestro medio de desarrollo.
[3]
Como “objetivo”, se refiere a cualquier cosa que pueda ser percibida por los
sentidos, aquello que se pueda ver, oler, tocar, sentir y que pueda ser
reflejado por el cerebro y el psiquismo.
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