domingo, 20 de noviembre de 2011

De la Comodidad a la Incomodidad


“Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas” (San Agustín)

Me es imposible deslindarme del tema de la fe. Aun reflexionando en la cita mencionada, el solo hecho de aceptar y asimilar que Dios no manda cosas imposibles, sino que Él nos ayuda para que podamos hacerlo, requiere de fe; pero una fe fundamentada en la persona misma de Dios.

Como hemos visto en publicaciones anteriores, Dios mismo es el Autor de la fe y quien se encarga de sustentarla y fortalecerla a lo largo de las situaciones a las que nos enfrentamos día a día. De Dios depende todo y nuestra labor está en resistir firmes en la fe, a través de la meditación diaria de la Palabra y una relación de intimidad con nuestro Señor, mediante la oración y la adoración.

Es imposible pretender resistir firmes, viviendo una vida fría, pacífica y cómoda. La verdadera fe y el oro verdadero se forjan en una vida activa y aguerrida que dé todo por Aquél que lo dio todo en la cruz. Si queremos avanzar y ver frutos en nuestra vida, sentados cómodamente y esperando que la gracia de Dios llegue por un encantamiento, lo único que tendremos es un profundo estancamiento. La comodidad y la vida fría producen personas frías, carentes del fuego de la pasión por la gloria de Dios. Sólo el oro verdadero, busca ser probado en el fuego… y el fuego se lo encuentra fuera de la comodidad.

Primera Incomodidad: La Adoración

Salir de la comodidad implica primeramente ensuciarse. Si amamos la pulcritud y la vida refinada, sin arrugarnos, entonces estamos lejos de experimentar la vida de Cristo Jesús, “quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos” (Filipenses 2:6, 7, énfasis añadido).

¡Jesús se despojó de su gloria! ¡Él abandonó su trono y se separó de Su Padre! Lo tenía todo: alabanza las 24 horas del día, los 7 días de la semana; comodidad; lujos. Sin embargo prefirió dejar de ser servido, para ser siervo. Prefirió dejar la comodidad, por la incomodidad del padecimiento en la tierra. Prefirió abandonar la Santidad, para llevar encima los pecados de todos los seres humanos. Padecer bajo Poncio Pilato. Ser azotado, golpeado, insultado, burlado. Ser llamado loco, endemoniado, glotón. Que le cuestionen el ser Hijo de Dios. Ser abandonado por Su Padre en el momento más crucial de su padecimiento (Mateo 27:46). Y finalmente morir.

“Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Filipenses 2:8)

Si Él, siendo Dios, teniendo la comodidad absoluta (con la que nosotros ni podemos soñar), buscó por sí mismo la incomodidad para manifestar Su gracia y amor por nosotros[1], ¿no está acaso por demás decir que nosotros somos deudores de Su gracia y que no podemos hacer menos que adorarlo?[2]. Dado que la salvación es obra de gracia (regalo inmerecido), nuestra actitud delante del Salvador, del Rey que dejó Su trono para morir por nuestros pecados, debe ser de reverencia, temor y adoración. Porque Él no sólo que murió, sino que resucitó para sentarse a la diestra del Padre.

“Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11)

Nótese que, en consecuencia de la obra de Jesucristo, Dios Padre lo exalta hasta lo sumo y le confiere un poder de autoridad a Su Nombre. Ello implica un peso inherente a Su Nombre. Tal autoridad y poder tiene el nombre de Jesús, que toda rodilla debe postrarse ante su sola mención.

Este nombre, tan vilmente usado para maldecir, lleva en sí mismo la autoridad y majestad que Dios le otorgó a Jesucristo. Ante Su nombre debemos postrarnos y debemos confesar que Jesucristo es el Señor. ¡Oh, si entendiéramos cuánto poder y qué peso tiene este precioso Nombre, temblaríamos realmente ante Su majestad!

Por ello, resulta vano intentar analizar o racionalizar qué posición se debe usar para adorar a Dios, cuando Él ya le asignó la posición que se debe adoptar delante de Jesús: con las rodillas dobladas. ¡Ante Él se debe postrar toda rodilla de lo que está en el cielo, en la tierra y debajo de ella! ¡Si la creación misma canta la gloria de Dios, cuánto más nosotros que hemos sido escogidos para alabanza de su gloriosa gracia! (Salmo 19:1-6; Efesios 1:6). Ésa es nuestra posición delante del Rey. ¡Hemos sido creados para adorarlo!

“Fui hecho para amarte,
Fui hecho para buscarte,
Fui hecho sólo para ti,
Hecho para adorarte”
-TobyMac

Ése es nuestro propósito; nuestro sentido de vida. ¡La sola gratia de Dios nos fue concedida para que lo adoremos y para que confesemos que Él es el Señor! No podemos divorciar el cristianismo de la adoración y la adoración no puede ser divorciada de la postración delante de la Majestad de Dios. Quien no ha sentido el temor que implica el nombre de Jesús y el peso de Su gloria que nos lleva a caer postrados de rodillas delante de Su presencia, aún no ha saboreado el deleite de Su gracia. Porque el saber que un miserable como yo fue encontrado por la gracia, únicamente me lleva a exclamar al igual que John Newton: ¡Asombrosa gracia que salvó a un miserable como yo!

No hay lugar para títulos o para comodidades delante de la presencia de Dios. Todo se desmorona y se derrumba ante la Majestad de Dios. Es imposible querer estar cómodo, apañado de vergüenzas por hacer locuras aguerridas que se desbordan por amor y gratitud delante de Dios. Su presencia misma nos desnuda y revela nuestra impotencia delante del poder de Dios y de Su autoridad. Simplemente caemos rendidos ante Él para alabarlo y adorarlo por Quien es Él: EL REY, EL SEÑOR, NUESTRO SALVADOR.

“Y escondo mis ojos con mi rostro en tierra, en presencia de Tu Majestad
Y bato mis manos y arrojo mis coronas, en presencia de Tu Majestad”
-Chris Tomlin

Segunda Incomodidad: El Mandato de Dios

Pero fuimos hechos también para que “toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:11, énfasis añadido). Nótese en este pasaje que la adoración va ligada a la proclamación del nombre de Jesús. Como Tommy Tenney lo llama: el balance entre María y Marta; adorar a Dios y servir al hombre[3].

Salir de la comodidad, implica tanto el postrarnos de rodillas, como el salir a anunciar las buenas nuevas de salvación. Si hablamos de buenas nuevas, quiere decir que existen noticias trágicas; y la noticia más trágica que existe es que, quien no tiene a Cristo, no podrá disfrutar del bien supremo que representa Dios para nosotros. Su eternidad será de condenación lejos de la gloria de Dios.

Nosotros poseemos esas buenas noticias: las buenas nuevas de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Es aquella Luz gloriosa que resplandece en nuestros corazones, que destruye el velo de tinieblas con el que Satanás tiene cegado al mundo (2 Corintios 4:4-7). Pero somos tan egoístas que no las compartimos. Aún queremos descansar en la comodidad de nuestro círculo de seguridad y estamos tan ocupados engordando nuestro intelecto y nuestra prosperidad, que no comunicamos la gracia que nos salvó. ¿Cómo entonces el nombre de Dios será glorificado si no lo damos a conocer? ¿Cómo Su fama se extenderá, si no comunicamos que en Su nombre hay salvación? ¿Cómo el mundo sabrá que Él es un Dios bueno, si no les contamos que Él envió a Su Hijo a morir por nuestros pecados?

Fuimos elegidos para alabanza de Su gloriosa gracia, pero Su gracia será alabada cuando los no creyentes conozcan y tengan ese encuentro con la gracia.

No podemos permitirnos estar pacíficos sabiendo que hay un mundo que enferma y agoniza esperando la manifestación gloriosa de los hijos de Dios. No podemos permanecer callados, sabiendo que hay un mundo que necesita conocer ese asombroso amor y esa asombrosa gracia de Dios, que amó tanto al mundo que envió a Su Único Hijo, para que todo aquél que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Ese versículo tan conocido suena tan trillado si acaso lo guardamos sólo para nosotros y no lo compartimos con quien realmente anhela recibirlo.

¿Cómo responderás ante el mandato de Dios?... ¿No sabes cómo hablar? Recuerda entonces las palabras de San Agustín: Dios no manda imposibles y Él mismo te capacitará. Lo hizo con Pedro y todos los pescadores que se convirtieron en Sus discípulos. Lo hizo conmigo y con tantos otros que no sabían cómo evangelizar. ¿Qué esperas para dejar que Dios use tus manos y tu boca para ser un instrumento de Su paz. ¡No esperes más! ¡Conviértete en un revolucionario en esta revolución de Amor! La clave es el amor… y Dios es Amor. ¿Qué esperas para contarle esta noticia al mundo? Acompáñame con esta oración:

Padre, estoy harto de esta comodidad. Deseo que Tú, en Tu soberanía, me incomodes. Perdóname porque he preferido la comodidad de una adoración aletargada, en vez de rendirme ante Tu Majestad. Perdóname porque he preferido la comodidad, en vez de proclamar Tu nombre. Úsame como un instrumento de Tu paz. Y llévame a proclamar Tu nombre en mi comunidad y en las naciones. En el Nombre de Jesús. Amén.


[1] Recordemos que Jesús mismo dejó claro que nadie le quitaba la vida, sino que Él mismo la entregaba (Juan 10:18). Asimismo, que nosotros no lo amamos a Él, sino que Él nos amó a nosotros (1 Juan 4:10).
[2] Aunque la palabra “deudor” suena insultante, pues la salvación, al ser un regalo inmerecido, no puede ser pagada. En primera instancia, por ser un regalo. Si buscamos o pensamos en pagarlo, deja de pertenecer a la absoluta autoría de la Gracia de Dios. Los seres humanos no pueden, por sí mismos, alcanzar salvación ni ganarla por obras ni por cualquier obra meritoria que pretenda comprarla o ganarla. Es la absoluta soberanía de Dios y su gracia irresistible la que produce en nosotros la salvación, imputándonos la justicia de Jesús y recibiendo Su muerte sustitutoria por nuestros pecados. La gracia no puede ser pagada. Sin embargo, por asunto de este tema, uso la palabra “deudor”, para representar nuestra condición delante de la Majestad de Dios.
[3] El énfasis de Tommy Tenney, en su libro Busquemos a Dios, sirvamos al hombre (Ed. Unilit, 2003), es el del equilibrio que debe mantenerse entre la adoración y el servicio. Si nos enfocamos únicamente en la adoración, estaremos lejos de experimentar las necesidades de los hombres. Y si nos enfocamos únicamente en el servicio, nos volveremos personas frías que no aman la presencia de Dios.

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