“Dios no manda cosas
imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y
pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas” (San Agustín)
Me es imposible deslindarme del tema de la fe. Aun
reflexionando en la cita mencionada, el solo hecho de aceptar y asimilar que
Dios no manda cosas imposibles, sino que Él nos ayuda para que podamos hacerlo,
requiere de fe; pero una fe
fundamentada en la persona misma de Dios.
Como hemos visto en publicaciones anteriores, Dios
mismo es el Autor de la fe y quien se encarga de sustentarla y fortalecerla a
lo largo de las situaciones a las que nos enfrentamos día a día. De Dios
depende todo y nuestra labor está en resistir firmes en la fe, a través de la meditación diaria de la Palabra y
una relación de intimidad con nuestro
Señor, mediante la oración y la adoración.
Es imposible pretender resistir firmes, viviendo una
vida fría, pacífica y cómoda. La verdadera fe y el oro verdadero se forjan en
una vida activa y aguerrida que dé todo por Aquél que lo dio todo en la cruz.
Si queremos avanzar y ver frutos en nuestra vida, sentados cómodamente y
esperando que la gracia de Dios llegue por un encantamiento, lo único que
tendremos es un profundo estancamiento. La comodidad y la vida fría producen
personas frías, carentes del fuego de la pasión por la gloria de Dios. Sólo el
oro verdadero, busca ser probado en el fuego… y el fuego se lo encuentra fuera
de la comodidad.
Primera Incomodidad: La Adoración
Salir de la comodidad
implica primeramente ensuciarse. Si amamos la pulcritud y la vida refinada, sin
arrugarnos, entonces estamos lejos de experimentar la vida de Cristo Jesús, “quien, siendo por naturaleza Dios, no
consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por
el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando
la naturaleza de siervo y
haciéndose semejante a los seres humanos” (Filipenses 2:6, 7, énfasis añadido).
¡Jesús
se despojó de su gloria! ¡Él abandonó su trono y se separó de Su Padre! Lo
tenía todo: alabanza las 24 horas del día, los 7 días de la semana; comodidad;
lujos. Sin embargo prefirió dejar de ser servido, para ser siervo. Prefirió
dejar la comodidad, por la incomodidad del padecimiento en la tierra. Prefirió
abandonar la Santidad, para llevar encima los pecados de todos los seres
humanos. Padecer bajo Poncio Pilato. Ser azotado, golpeado, insultado, burlado.
Ser llamado loco, endemoniado, glotón. Que le cuestionen el ser Hijo de Dios. Ser
abandonado por Su Padre en el momento más crucial de su padecimiento (Mateo
27:46). Y finalmente morir.
“Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Filipenses 2:8)
Si Él, siendo Dios, teniendo la comodidad
absoluta (con la que nosotros ni podemos soñar), buscó por sí mismo la
incomodidad para manifestar Su gracia y amor por nosotros[1], ¿no está acaso por demás decir que nosotros
somos deudores de Su gracia y que no podemos hacer menos que adorarlo?[2]. Dado que la salvación es obra de gracia (regalo
inmerecido), nuestra actitud delante del Salvador, del Rey que dejó Su trono
para morir por nuestros pecados, debe ser de reverencia, temor y adoración.
Porque Él no sólo que murió, sino que resucitó para sentarse a la diestra del
Padre.
“Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11)
Nótese
que, en consecuencia de la obra de Jesucristo, Dios Padre lo exalta hasta lo
sumo y le confiere un poder de autoridad a Su Nombre. Ello implica un peso
inherente a Su Nombre. Tal autoridad y poder tiene el nombre de Jesús, que toda
rodilla debe postrarse ante su sola mención.
Este
nombre, tan vilmente usado para maldecir, lleva en sí mismo la autoridad y
majestad que Dios le otorgó a Jesucristo. Ante Su nombre debemos postrarnos y
debemos confesar que Jesucristo es el Señor. ¡Oh, si entendiéramos cuánto poder
y qué peso tiene este precioso Nombre, temblaríamos realmente ante Su majestad!
Por
ello, resulta vano intentar analizar o racionalizar qué posición se debe usar
para adorar a Dios, cuando Él ya le asignó la posición que se debe adoptar
delante de Jesús: con las rodillas dobladas. ¡Ante Él se debe postrar toda
rodilla de lo que está en el cielo, en la tierra y debajo de ella! ¡Si la
creación misma canta la gloria de Dios, cuánto más nosotros que hemos sido
escogidos para alabanza de su gloriosa gracia! (Salmo 19:1-6; Efesios 1:6). Ésa
es nuestra posición delante del Rey. ¡Hemos sido creados para adorarlo!
“Fui
hecho para amarte,
Fui hecho
para buscarte,
Fui hecho
sólo para ti,
Hecho
para adorarte”
-TobyMac
Ése
es nuestro propósito; nuestro sentido de vida. ¡La sola gratia de Dios nos fue concedida para que lo adoremos y para
que confesemos que Él es el Señor! No podemos divorciar el cristianismo de la
adoración y la adoración no puede ser divorciada de la postración delante de la
Majestad de Dios. Quien no ha sentido el temor que implica el nombre de Jesús y
el peso de Su gloria que nos lleva a caer postrados de rodillas delante de Su
presencia, aún no ha saboreado el deleite de Su gracia. Porque el saber que un
miserable como yo fue encontrado por la gracia, únicamente me lleva a exclamar
al igual que John Newton: ¡Asombrosa gracia que salvó a un miserable como yo!
No
hay lugar para títulos o para comodidades delante de la presencia de Dios. Todo
se desmorona y se derrumba ante la Majestad de Dios. Es imposible querer estar
cómodo, apañado de vergüenzas por hacer locuras aguerridas que se desbordan por
amor y gratitud delante de Dios. Su presencia misma nos desnuda y revela
nuestra impotencia delante del poder de Dios y de Su autoridad. Simplemente
caemos rendidos ante Él para alabarlo y adorarlo por Quien es Él: EL REY, EL
SEÑOR, NUESTRO SALVADOR.
“Y
escondo mis ojos con mi rostro en tierra, en presencia de Tu Majestad
Y bato
mis manos y arrojo mis coronas, en presencia de Tu Majestad”
-Chris Tomlin
Segunda Incomodidad: El Mandato de Dios
Pero
fuimos hechos también para que “toda
lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para
gloria de Dios Padre” (Filipenses
2:11, énfasis añadido). Nótese en
este pasaje que la adoración va ligada a la proclamación del nombre de Jesús.
Como Tommy Tenney lo llama: el balance entre María y Marta; adorar a Dios y
servir al hombre[3].
Salir
de la comodidad, implica tanto el postrarnos de rodillas, como el salir a
anunciar las buenas nuevas de salvación. Si hablamos de buenas nuevas, quiere decir que existen noticias trágicas; y la
noticia más trágica que existe es que, quien no tiene a Cristo, no podrá
disfrutar del bien supremo que representa Dios para nosotros. Su eternidad será
de condenación lejos de la gloria de Dios.
Nosotros
poseemos esas buenas noticias: las
buenas nuevas de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Es aquella Luz
gloriosa que resplandece en nuestros corazones, que destruye el velo de
tinieblas con el que Satanás tiene cegado al mundo (2 Corintios 4:4-7). Pero
somos tan egoístas que no las compartimos. Aún queremos descansar en la
comodidad de nuestro círculo de seguridad y estamos tan ocupados engordando
nuestro intelecto y nuestra prosperidad, que no comunicamos la gracia que nos
salvó. ¿Cómo entonces el nombre de Dios será glorificado si no lo damos a
conocer? ¿Cómo Su fama se extenderá, si no comunicamos que en Su nombre hay
salvación? ¿Cómo el mundo sabrá que Él es un Dios bueno, si no les contamos que
Él envió a Su Hijo a morir por nuestros pecados?
Fuimos
elegidos para alabanza de Su gloriosa gracia, pero Su gracia será alabada
cuando los no creyentes conozcan y tengan ese encuentro con la gracia.
No
podemos permitirnos estar pacíficos sabiendo que hay un mundo que enferma y
agoniza esperando la manifestación gloriosa de los hijos de Dios. No podemos permanecer
callados, sabiendo que hay un mundo que necesita conocer ese asombroso amor y
esa asombrosa gracia de Dios, que amó tanto al mundo que envió a Su Único Hijo,
para que todo aquél que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.
Ese versículo tan conocido suena tan trillado si acaso lo guardamos sólo para
nosotros y no lo compartimos con quien realmente anhela recibirlo.
¿Cómo
responderás ante el mandato de Dios?... ¿No sabes cómo hablar? Recuerda
entonces las palabras de San Agustín: Dios no manda imposibles y Él mismo te
capacitará. Lo hizo con Pedro y todos los pescadores que se convirtieron en Sus
discípulos. Lo hizo conmigo y con tantos otros que no sabían cómo evangelizar.
¿Qué esperas para dejar que Dios use tus manos y tu boca para ser un
instrumento de Su paz. ¡No esperes más! ¡Conviértete en un revolucionario en
esta revolución de Amor! La clave es el amor… y Dios es Amor. ¿Qué esperas para
contarle esta noticia al mundo? Acompáñame con esta oración:
Padre, estoy harto de esta comodidad. Deseo que
Tú, en Tu soberanía, me incomodes. Perdóname porque he preferido la comodidad
de una adoración aletargada, en vez de rendirme ante Tu Majestad. Perdóname
porque he preferido la comodidad, en vez de proclamar Tu nombre. Úsame como un
instrumento de Tu paz. Y llévame a proclamar Tu nombre en mi comunidad y en las
naciones. En el Nombre de Jesús. Amén.
[1]
Recordemos que Jesús mismo dejó claro que nadie le quitaba la vida, sino que Él
mismo la entregaba (Juan 10:18). Asimismo, que nosotros no lo amamos a Él, sino
que Él nos amó a nosotros (1 Juan 4:10).
[2]
Aunque la palabra “deudor” suena insultante, pues la salvación, al ser un
regalo inmerecido, no puede ser pagada. En primera instancia, por ser un
regalo. Si buscamos o pensamos en pagarlo, deja de pertenecer a la absoluta
autoría de la Gracia de Dios. Los seres humanos no pueden, por sí mismos,
alcanzar salvación ni ganarla por obras ni por cualquier obra meritoria que
pretenda comprarla o ganarla. Es la absoluta soberanía de Dios y su gracia
irresistible la que produce en nosotros la salvación, imputándonos la justicia
de Jesús y recibiendo Su muerte sustitutoria por nuestros pecados. La gracia no
puede ser pagada. Sin embargo, por asunto de este tema, uso la palabra
“deudor”, para representar nuestra condición delante de la Majestad de Dios.
[3]
El énfasis de Tommy Tenney, en su libro Busquemos
a Dios, sirvamos al hombre (Ed. Unilit, 2003), es el del equilibrio que
debe mantenerse entre la adoración y el servicio. Si nos enfocamos únicamente
en la adoración, estaremos lejos de experimentar las necesidades de los
hombres. Y si nos enfocamos únicamente en el servicio, nos volveremos personas
frías que no aman la presencia de Dios.
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