lunes, 28 de noviembre de 2011

Citando a Jonathan Edwards



«Pienso que me parece, que en algunos aspectos yo era mucho mejor Cristiano, por dos o tres años después de mi primera conversión, de lo que soy ahora; y vivía en un más constante deleite y placer,  aun cuando en los últimos años, he tenido un mucho más completo y constante sentido de la absoluta soberanía de Dios, y un deleite en esa soberanía, y he tenido una mucho mayor percepción de la gloria de Cristo, como el Intercesor revelado en los evangelios. En la noche de un sábado en particular, yo tuve tal descubrimiento de la excelencia del evangelio muy por arriba de otras doctrinas, que no podía más que decirme a mí mismo, “Esta es mi luz escogida, mi doctrina escogida"; y de Cristo: “Este es mi Profeta escogido”. Me parecía dulce, más allá de toda expresión, el seguir a Cristo, y el ser enseñado, y alumbrado, e instruido por él; aprender de él, y vivir para él. Otro sábado por la noche (Junio de 1739), tuve tal sensación de cuán dulce y bendita cosa era el caminar en el camino del deber; hacer aquello que era correcto y encontrarlo apropiado para ser hecho, y agradable para la santa mente de Dios; que me ocasionó el quebrantarme en una especie de llanto  en voz alta, por algún tiempo, de manera que me vi obligado a encerrarme, y asegurar las puertas. Yo no podía hacer otra cosa que, clamar a gran voz “¡Cuan felices son ellos, los que hacen lo correcto a los ojos de Dios!  ¡Ciertamente ellos son benditos, ellos son los felices!” Yo sentía al mismo tiempo, un tierno afecto,  cuán adecuado y  conveniente era que Dios deba gobernar el mundo, y ordenar todas las cosas de conformidad con su propio agrado; y me  regocijé en ello, que Dios reina y que su voluntad se hacía».

-Jonathan Edwards

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