
La primera semana de la Escuela ha llegado a su fin. Hoy, después de cinco largos días puedo realmente evaluar mis expectativas de todo lo que esperaba vivir y la realidad de lo que podemos predicar.
Hablar de paciencia y fe y no contextualizarlo con las experiencias que día a día podemos tener, es un idilio bobo. Todo se reduce a una vana proclamación o estatuto de ideales, carentes de una verdadera experiencia que ponga en tela de juicio lo que declaramos creer.
Este enfrentamiento a la realidad de mi paciencia y sujeción a la imagen de Jesucristo, ha sido un verdadero golpe a mis emociones y voluntad. El saberme dependiente absoluto de la voluntad de Dios, me costó inclusive el dudar de mi salida al campo misionero. De hecho, el no contar con el sustento que requiero para mi próxima salida, en agosto, aún me ha tenido debatiéndome entre la fe absoluta en mi Sustentador o confiar en que alguien me pueda sustentar.
No es fácil mantener un ideal o una convicción, cuando las circunstancias adversas te llevan a que tu hombre interior se rebele contra el descanso absoluto en el Espíritu de Dios. Es verdad que estamos escondidos en El, pero el estar escondidos en su Presencia no nos exime de nuestro proceso de tener que cambiar. A esa realidad me enfrenté en el transcurso de esta semana: el tener que vivir de acuerdo a la convicción que profeso de descansar y confiar absolutamente en Dios, que El proveerá todas mis necesidades, sin necesidad de buscar mi prosperidad y andar afanadamente.
¡Cuán desafiante es nuestro Dios! ¡Qué desafío al que nos enfrenta para hacernos crecer! Y aun sabiéndolo, mi ánimo todavía desfallece y me hace lidiar en el limbo en el que mi alma se enfrenta contra el Espíritu Santo y me hace deambular entre la necesidad urgente de encontrar una solución y el de descansar en la Presencia de Dios. ¡Cuán desafiante, insisto, es nuestro Dios!
Ni hablar de mis emociones fluctuantes entre el gozo de saberme aceptado en el campo misionero y el hecho de tener que decir adiós. Les compartiré algo de mi vida.
Hace unos años, no tenía amigos. El hecho de ser el chico de quien se burlaban y las constantes traiciones y decepciones que tuve, me llevaron a ser una persona aislada, individualista, que no confiaba en nadie… aun cuando buscaba ser amado y aceptado. Creyendo que eso sería imposible, desistí de mi búsqueda y preferí mantenerme alejado de las personas y hacerme a la realidad de que no podía tener amigos.
Sin embargo, hace un par de años, empecé a orar pidiendo que Dios me dé amigos, cuyas amistades perduren de largo: que siendo viejos podamos continuar estando en contacto, incluso si nuestros Ministerios nos separan. Mi oración ha sido ardua y me costó muchas lágrimas. Cuando me uní como voluntario en Operación Movilización, conocí a mis más grandes amigos, uno en especial de Colombia.
Durante esta semana, he estado lidiando con el sentimiento de que nuevamente perderé a quienes amo. ¿Por qué?, me preguntaba, ¿por qué esto debe ser así? ¿Por qué tuve que socializar y encariñarme con ellos? ¿Por qué fue así? ¿No era acaso mejor mantenerme aislado, lejos de tener amigos y evitar el dolor? ¿No sería acaso mejor huir lejos de todo esto que me provoca dolor y volver a una vida sin amigos, absorto en un trabajo monótono en que no me preocupe del dinero y sirviendo al interior de mi iglesia?
¿Por qué lidiar con este dolor?… Y al mismo tiempo profeso que una vida identificada con Cristo, es una vida identificada con el sufrimiento. Gózate en los sufrimientos, escribo, mas ahora me duele y quiero huir de ese dolor; de la preocupación por mi sustento y el hecho de tener que decir adiós… sabiendo que cuando vuelva a mi país, no los veré más aquí.
Mas el Espíritu habla y me dice que confíe, que me goce, que alabe en esta situación. ¡Qué paradójico! ¡Qué desafiante! ¡Qué locura! ¿Es acaso locura y extravagancia lo que Dios ama? Empiezo a notar de verdad, que la respuesta es así. Dios ama a los extravagantes y se deleita y glorifica en los locos extravagantes que lo dejan todo por El… aun los amigos o el regalo que El te llega a dar.
¿No fue acaso eso lo que hizo con Abraham? Le dio un hijo y al rato le pidió que se lo entregue en sacrificio. Y Abraham dijo: “Vamos allí para adorar”. ¡Abraham iba a entregar en sacrificio a su hijo y dijo que era adoración! (Génesis 22:5). ¡Locura! ¿Cómo se podía deleitar en tamaña locura? Ahora veo que su deleite era Dios y su fe prevaleció sobre el dolor de la locura que estaba a punto de cometer.
Y aun viéndolo me cuesta aceptarlo. No obstante, al igual que Pablo, prefiero dejarlo todo por amor a Cristo y abandonarme en su Presencia, creyendo que El me sustentara y me dará los mejores años junto a estos locos que amo y de quienes me duele decir adiós. Mucho más de aquel loco amigo con quien me he divertido a montón.
Lo mejor está por venir. Los mejores años junto a mis amigos están por venir. Lo sé. Lo creo, porque El, mi Dios Todopoderoso, me los dio y El es fiel para darnos lo mejor de sus pensamientos de bien para nosotros y El lo hará.
Ahora te reto a ti a enfrentarte con la realidad de lo que profesas y crees. Te reto a vivir experiencias en las que tus convicciones sean puestas a fuego y el dolor te lleve a decir como Job:
“Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti. ¿Quién es el que oscurece el consejo sin entendimiento? Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. Oye, te ruego, y hablaré; te preguntaré, y tú me enseñarás. De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (Job 42:2-5).
bonita reflexión...
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