domingo, 7 de agosto de 2011

Caminata (Reflexiones en medio de la amistad)


Ya hace un buen tiempo que he dejado de publicar en este blog. Me excuso en el hecho de las prácticas producto del entrenamiento del que fui parte. No obstante, quiero dedicar esta publicación a lo que Dios me ha mostrado a través de la amistad que me regaló. Una exaltación a la gloria de Dios, sin la cual nada tuviéramos.

Entre buses y pensamientos

Nos dirigíamos decididos hacia el Terminal de Quitumbe, dispuestos a partir hacia Latacunga –específicamente el Parque Nacional Cotopaxi– de modo que escalemos aquel nevado. Aun cuando me sentía agobiado por la hora que era y con temor de que no alcancemos a hacer lo que planeábamos hacer, decidí encomendar el plan a Dios y dejar que Él me regale una aventura para no olvidar. JuanSe, mi mejor amigo, lucía calmo. A veces creo que él está vacunado contra la angustia o desasosiego, pues siempre luce tranquilo y confiado. Creo que dedicaría un mes entero a narrar las veces que él estuvo tranquilo y yo hecho un fajo de estrés.

Él, sentado en un rincón del trolebús (un medio de transporte articulado de Quito), miraba de un lado a otro, quizás apreciando el camino, o viendo a las personas que subían y bajaban en cada estación. De repente la voz del trole anunció que habíamos llegado a la parada del Terminal de Quitumbe. Bajé empujando a todos, con el único fin de llegar a tiempo. juanSe venía detrás de mí. Se detuvo en un quiosco a comprar una bebida y yo, quería que no perdiéramos más tiempo. Finalmente, cerré mis ojos y le dije a Dios: «Papá, regálame la mejor aventura junto a mi mejor amigo… algo que no olvidemos y disfrutemos. Quiero ser sorprendido por Ti». Me volteé hacia JuanSe y le dije:

- «¿Sabes qué? ¿Hay algún problema si nos quedamos un día más?»

-«No»- me contestó. -«Por mí no hay problema. Yo quisiera quedarme un día más y conocer».

La angustia había desaparecido por completo. Aun si no podíamos quedarnos un día más, sabía que mi Padre estaba en control y que así como me había regalado a un gran amigo y había permitido que tan sólo él viaje conmigo a Quito[1], Él me regalaría una aventura en la que encuentre deleite. Recordé la palabra favorita de mi amigo Pancho: «¡Deléitate!» (Salmo 37:4). Y si Dios, en Su libertad soberana, desbarataba el plan que teníamos, pues disfrutaría de esa gran aventura: Ser guiados únicamente por la soberanía de Dios. Cuando mi mente procesó todo ello y mi corazón rebozó de gozo y satisfacción, pude encaminarnos hacia una caseta de Información y pedir referencia para llegar a Latacunga.

JuanSe lucía expectante. Era como ver a un niño a quien se le promete un gran regalo y refleja en su mirada la expectativa de la sorpresa. Compramos los boletos y corrimos hacia el andén 24 donde el bus estaba a punto de partir. Ya arriba sabíamos que la aventura daba inicio… No teníamos ni idea de lo que nos aguardaba.

A bordo del bus

Luego de unos segundos en silencio, empezamos a conversar de música y de cuánto conoce JuanSe sobre el tema. Que si Abraham “Algo”, o Álex “Tal” que son cristianos y figuras muy respetadas en el mundo de la música. Yo simplemente asentía y medio aportaba en algo. De hecho, me gusta aprender y debo decir que con mi amigo, he aprendido un montón de cosas. El tema de la música nos dio paso al tema del arte en general: del teatro, la pintura, la poesía, la narrativa y cuánto es descuidada esta esfera por el cristianismo.

Tan sólo miren a su alrededor y vean la perfección de la creación. Miren los matices, los diseños, la gama de colores que inunda al mundo. Cuántos colores brillantes pintan las alas de las mariposas y cuánta perfección en la mandíbula de los escarabajos[2].

“¡Cuán numerosas son tus obras, oh SEÑOR! Con sabiduría las has hecho todas; llena está la tierra de tu gloria” (Salmo 104:24).

Él ha hecho todo con sabiduría. La creación es la expresión misma de la gloria de Dios. Es el reflejo del arte que emana de su misma esencia. ¿No es acaso aquello lo que inspira a los artistas a pintar, a escribir, a componer? Y si tenemos la capacidad para componer o hacer arte, ¿no es acaso porque fuimos hechos conforme a la semejanza de Dios? Me atrevo a creer que sólo a nosotros nos fue confiada la capacidad de crear y hacer arte, porque somos creación del Maestro, del Artista. Somos producto de su lienzo. Escultura de Sus manos y dentro de nosotros corre el Espíritu de Su ser.

Si todo es arte, debemos fijar nuestra mirada en conquistar esta esfera para el Señor. A esa conclusión llegábamos y por ahí saltaron ideas locas de lo que podríamos hacer… Nuestros sueños y anhelos, depositados en las manos del Único que los puede hacer mucho mejor de lo que soñamos: Dios.

De pronto, el conductor anunciaba nuestra parada: Parque Nacional Cotopaxi. Nos levantamos de un salto y bajamos emocionados, dispuestos a vivir nuestra mayor aventura. ¿Sería como la habíamos imaginado?

Piernas y físico resistentes

No teníamos la menor idea de dónde estábamos. Nos acercamos a una gasolinera y la chica del market nos indicó que debíamos retornar ya que habíamos bajado muy distante del parque.

Caminamos y caminamos, buscando en el paisaje al imponente Cotopaxi, que había deslumbrado a mi amigo el día anterior. Al final se divisaba un letrero que indicaba la entrada a nuestro destino. Cuando me disponía a cruzar la calle oí mi nombre gritado con angustia… cuando regresé la mirada vi un gran tráiler venir directo a mí. Me precipité hacia el parterre y vi a mi amigo desesperado. Nos reímos del nerviosismo. En mi desesperación por llegar, no había notado que venía un carro directo hacia mí.

Finalmente llegamos a la entrada. Nos acercamos a pedir información y el guía nos ofrecía transporte por 25 dólares cada uno. De ningún modo íbamos a pagar esa cantidad. De hecho no teníamos esa cantidad de dinero. Revisamos el mapa y nos dispusimos a caminar hacia el volcán.

En este punto, aproximadamente doce horas después de haber escrito el último párrafo, viene a mi mente la cita que John Piper hace de Clyde Kilby en su libro Los deleites de Dios (pp. 104, 105):

«Algunas veces volveré mi mirada hacia la frescura de visión que tenía durante la infancia e intentaré, aunque sea por un momento, volverme, según las palabras de Lewis Caroll, “el niño de frente pura y despejada y ojos llenos de sueños maravillosos”»

Tanto mi amigo como yo, habíamos deseado hacer una locura como ésta. Como es de suponerse, ni él sabía que yo soñaba con aventurarme a caminar y ‘hacer dedo’ para llegar a mi destino, ni yo imaginaba que JuanSe alguna vez lo hubo deseado. Simplemente empezamos a caminar y, de chiste en chiste, descubrimos aquel deseo en común.

«Y, ¿estás dispuesto a quedarte durmiendo aquí si se nos hace tarde?» -me preguntó JuanSe.

«¡Dale!» -le dije. -«¡’Haguémosle’!».

Empezamos a ascender cuesta arriba. Dios había preparado esta aventura y yo me sentía sumamente gozoso. ¡Cuánto había deseado simplemente arriesgarme a caminar o aventurarme de mochilero y cuántas veces le había pedido a mi Padre que me conceda ese sueño! Aun cuando no era el gran viaje, el saber que lo disfrutaba junto a mi amigo, quien quería algo similar, era divertido… incluso si nos tocaba quedar durmiendo allí, únicamente con unos cuantos abrigos, bufanda y guantes.

Mientras caminábamos disfrutaba del paisaje y de la caminata con “la frescura de visión que tenía durante la infancia”. Era ver con una mirada de asombro la inmensidad de la creación de Dios. El olor a eucalipto que impregnaba mi olfato; la búsqueda desesperada del Cotopaxi, que se escondía entre una gran capa de niebla; el sabor puro y cristalino del agua que corría por un arroyo y que nos dispusimos a beber por el cansancio. Era como sentirme como aquel “niño de frente pura y despejada y ojos llenos de sueños maravillosos”.

Los carros pasaban veloces a nuestro lado y, entre risas, hacíamos ‘dedo’ intentando pararlos. No lo hacían. Seguíamos subiendo y esperando que los kilómetros se redujeran con cada paso. Y ahí veía la fidelidad de mi Padre, que concede los deseos de mi corazón y me permitía vivir y disfrutar de Su exuberante creación junto a mi amigo y hermano entrañable. Podía ver en cada paso el reflejo de la gloria de Dios y al Dios fiel y justo que tiene pensamientos de bien para darme el fin que espero.

Finalmente una camioneta se detuvo. Subimos a la parte trasera de ésta y nos llevó los dos kilómetros que hacían falta hasta el Parque Nacional Cotopaxi.

Tan cerca y tan lejos a la vez

Cuando has probado el más delicioso banquete y sabes que existen delicias mejores, no te conformas con algo menos, sino que tu apetito y tu deseo te llevan a querer saciar tu necesidad de aquel festín que alguna vez saboreaste.

Veo a Dios derramando destellos de Su gloria sobre los buscadores fervientes de Su presencia, de Su rostro, de Su gloria. Les permite saborear uno de los platillos de Su festín, de modo que el buscador ya no se conforma con menos, sino que anhela fervientemente el banquete completo: el rostro y la gloria de Dios. El buscador necesita satisfacer su deseo, su placer de la Presencia Manifiesta de Dios y no se va a conformar con que le cuenten cómo es, sino que lo va a querer disfrutar por sí mismo.

Pude llegar a esta analogía a través de esta aventura en mención. Cuando llegamos a la entrada del Parque, nos acercamos a la boletería paras pagar el ingreso. De pronto, los administradores nos preguntaron acerca de la placa de nuestro carro… No teníamos carro.

«Bueno y, ¿qué esperan hacer adentro?»- añadió uno de los administradores.

«Pues, queremos subir al Cotopaxi»- respondí.

«Sí, pero, ¿van a acampar?»- añadió el otro.

«Eh… queremos subir».

«Sí, pero, ¿trajeron carpa, sleeping, algo?»- insistió el otro.

«Eh, sí, ahí tenemos unos abrigos»- respondió JuanSe.

Y, como el cuento del gallo pelón, la conversación se mantuvo así. Finalmente nos dijeron que no nos recomendaban pasar, porque no teníamos carro y era un recorrido de 35 Km. Por otro lado, no teníamos ni carpa, ni sleeping bag y nos podía caer una nevada y nosotros sólo nos cobijaríamos con unos abrigos, bufanda y guantes. Y, para rematar, ya era alrededor de las 2 ó 3 de la tarde y no teníamos tiempo para llegar ni a las faldas del Cotopaxi.

Ahí nos encontrábamos. Habíamos subido tantos kilómetros, llegamos a la entrada del Parque… nos hallábamos tan cerca de nuestra meta y, al mismo tiempo, tan lejos de conseguirlo. El Señor le había dado un destello del volcán el día anterior a mi amigo, cuando lo vio, imponente, desde la Mitad del Mundo. Caminamos, recorrimos la vía… cansados, pero gozosos de haber llegado y, ahora, regresábamos cabizbajos, con el sabor de haber estado muy cerca de llegar a él.

A lo lejos, volteábamos a ver, cómo el volcán de descubría ante nuestros ojos, quitándose la capa de niebla que cubría su majestuosidad y dejándonos con el deseo de llegar hasta la cima de éste… Como un buscador que no se conforma con ver de lejos la Gloria de Dios, sino que desea saborearla cara a cara, mirando como en un espejo la gloria de nuestro Señor, como aquellos tantos que emprendieron la búsqueda del rostro de Dios y, al final, fueron capturados por la presencia misma de Dios y sus vidas dejaron de ser las mismas, porque fueron atrapados, por Aquel al que deseaban atrapar.

Reflexiones de la Gloria en medio de la amistad

Y con los dedos de los pies y las canillas adoloridos, en medio de risas por la conversación que tuvimos con los administradores y el sinsabor de no haber concluido, nos decidíamos a intentarlo alguna otra vez; cuando mi amigo vuelva expectante de subir al nevado y recorrer otros lugares más.

En medio de esta aventura y en medio de la amistad, pude ver claramente la magnitud de la Gloria de Dios. Y es que la creación está llena de Su Gloria y refleja la Gloria misma de Dios. Los cielos, la Tierra, los abismos, toda la creación canta la Gloria de Dios y declaran Su soberanía y Majestad. Todo nos invita a mirar con la frescura de visión de la infancia, la creación y deleitarnos, del mismo modo que Él se deleita en Su creación.

No me conformo con ver el reflejo de la Gloria. Yo quiero la Gloria de Dios. No ver a través de espejos, sino verlo a Él cara a cara y ser tan absorbido por Su gloria, que no sepa dónde termino yo, y dónde comienza Él.



[1] Cabe resaltar que había planeado este viaje con tres amigos más. Al final sólo JuanSe confirmó que iría y los otros, por motivos personales, no pudieron ir. Para ese punto, me sentía triste de no poder compartir con todos. Sin embargo, tuve presente la libertad soberana Dios, quien decide y hace todo lo que a Él le place y en lo que encuentra deleite. Así que decidí deleitarme en este viaje.

[2] Esta reflexión surge de nuestra visita al Insectarium, ubicado dentro de la Ciudad Mitad del Mundo.

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