domingo, 4 de diciembre de 2011

Meditaciones sobre el Asombro y el Temor

“¿Puedes imaginar cómo habrá sonado la voz de Dios en el vacío, mientras ordenaba que el mundo sea creado? ¿Puedes imaginar el sonido que hacía la tierra levantándose y formando las montañas? ¿Habrá habido música o los ángeles habrán estado cantando mientras Dios creaba el mundo?” Las preguntas no cesaban de salir, mientras conversaba con mi buen amigo Pancho. Aun podía imaginar la escena que narra J. R. R. Tolkien en su Ainulindalë[1], cuando “las voces de los Ainur, como de arpas y laúdes, pífinos y trompetas, violas y órganos, y como de coros incontables que cantan con palabras, empezaron a convertir el tema de Ilúvatar en una gran música […] y el eco de la música desbord[ó] volcándose en el Vacío, y ya no hubo vacío”[2].

¿Dónde ha quedado el asombro y el temor delante de Dios? ¿Acaso nos hemos acostumbrado a vivir una vida buscando los dones y la bendición de Dios, que el asombrarnos por quién es Él ha quedado relegado a una nimiedad, en vez de ocupar el centro de nuestra existencia? Basta con pensar en la creación para que todo mi ser se estremezca. Basta con imaginar la voz portentosa de Dios para provocar que mis piernas tiemblen. No puedo imaginar ni alcanzar a entender lo que Daniel sintió cuando vio aquella visión a la orilla del gran río Hidekel (Daniel 10:4-11); pero en sus propias palabras, sus acompañantes tuvieron un gran temor y fueron a esconderse (v. 7); perdió las fuerzas y cayó postrado sobre su rostro (vv. 8, 9) y tanto fue el peso de la gloria, que se puso en pie temblando (v. 11).

Esa misma gloria es la que llena toda la creación (Salmo 8). Esa misma gloria es la que llena al Hijo (Colosenses 2:9)… y nosotros hemos sido elegidos para alabanza de su gloriosa gracia (Isaías 43:7; Efesios 1:6). No en vano el salmista expresa:

“Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra. Cantad la gloria de su nombre; Poned gloria en su alabanza. Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras! Por la grandeza de tu poder se someterán a ti tus enemigos. Toda la tierra adorará, Y cantará a ti; Cantarán a tu nombre” (Salmo 66:1-4, énfasis añadido).

He ahí el énfasis de la proclamación y la alabanza. He ahí el gozo y la alegría de la adoración. Cantar su nombre implica júbilo y regocijo por la magnificencia de Dios, por su grandeza. Es inaudito pensar en alabar a Dios sin asombrarnos por su grandeza y majestuosidad. La grandeza de su poder provoca sometimiento. Es eso lo que llevó a Daniel que caiga y que sus piernas tiemblen y que sus acompañantes se sobrecojan de temor, aun sin haber visto la visión. ¿Qué fue entonces lo que los hizo temer? ¡El espectro de la gloria de Dios! Tan grande es su gloria que la sola sensación de la presencia de Dios, nos hace temer y caer delante de Él.

Sin embargo, donde no hay asombro, tampoco hay temor. Sin asombro hay ausencia de reverencia. Sin asombro y temor, la adoración se vuelve trivial y obedece a experiencias emocionales en vez de una auténtica postración delante de la majestad de Dios.

El asombro obedece a una continua rememoración de las obras de Dios. Por ello no dejo de pensar en aquella frase politizada, que tiene mucho de verdad: “Prohibido olvidar”. David no cesaba de predicarle a su alma que no olvide ninguno de los beneficios del Señor: “Bendice alma mía a Jehová y no olvides ninguno de sus beneficios” (Salmo 103:2). ¡Qué palabras más oportunas! La peor inversión es el olvido de las portentosas obras de nuestro Señor.

“Venid, y ved las obras de Dios, Temible en hechos sobre los hijos de los hombres. Volvió el mar en seco; Por el río pasaron a pie; Allí en él nos alegramos. Él señorea con su poder para siempre; sus ojos atalayan sobre las naciones; Los rebeldes no serán enaltecidos” (Salmo 66:5-7, énfasis añadido).

Éste es nuestro Dios, el Todopoderoso, temible en hechos y el motivo de nuestro regocijo. Él es quien lo observa todo y hace juicio a nuestro favor. ¡Sus obras son grandes y su poder eterno! Él es grande, Él es excelso y sublime. ¡El cielo es su trono y la tierra el estrado de sus pies! (Isaías 66:1)¿Puedes acaso imaginar la grandeza de nuestro Dios?

“Cuán grande es nuestro Dios; canta conmigo: Cuán grande es nuestro Dios
Y todos verán cuán grande, cuán grande  es nuestro Dios”
-Chris Tomlin

Tan sólo imaginar provoca asombro. Sin embargo, no basta con imaginar o asombrarnos con lo que nos cuentan o leemos. Debemos buscar más. Debemos anhelar ser tan consumidos y cautivados por la plenitud de su grandeza y de su gloria, que dejemos de ser nosotros y seamos más como Él. Debemos ser tan llenos de su gloria que no sepamos dónde terminamos nosotros y dónde comienza Él. Ésa es nuestra meta: ser como Jesucristo (Romanos 8:29).

Pero, el punto de partida es el temor de Dios. Salomón lo expresa de esta manera: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Proverbios 1:7a). Mientras meditaba en este verso, pude notar que la única forma de ser sabios es el ASOMBRO. El temor no es otra cosa que asombrarnos. Resumiendo todo lo escrito hasta aquí, cuando rememoramos y meditamos en la grandeza y las obras de nuestro Dios, nos asombramos y regocijamos en Él. Y al pensar en la grandeza y majestuosidad de su gloria, simplemente caemos rendidos delante de la presencia de nuestro Dios. He ahí el temor de Dios y he ahí el principio de la sabiduría. Por ello, “los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza”, porque para ellos no hay nada más que les provoque asombro (Proverbios 1:7b). Los insensatos creen saberlo todo; no hay nada más que los asombre o maraville.

Mientras reviso lo hasta aquí escrito, me parece oportuno insertar dos de las once resoluciones que Clyde Kilby realizara, las cuales –en palabras de John Piper– “se las recomiendo como una forma de vencer la tendencia de nuestra ceguera ante las maravillas de lo común y corriente”[3]:

1.     Al menos una vez al día miraré fijamente al cielo y recordaré que yo, un consciente con una conciencia, estoy en un planeta viajando en el espacio con cosas maravillosamente misteriosas sobre mí y alrededor de mí.
2.     Algunas veces, pensaré en el pasado, en la frescura de visión que tenía en mi niñez y trataré, al menos por un breve tiempo, de ser, en las palabras de Lewis Caroll, el “niño de frente pura y despejada, y ojos soñadores llenos de asombro”[4].

¡Cómo dejar de maravillarnos en la gracia que nos dio salvación! ¡Cómo dejar de asombrarnos de poder disfrutar de la gloria de Dios! ¡Cómo dejar de cantar acerca de la gloriosa gracia que nos escogió! ¡Cómo no asombrarnos de la creación! Sería una insensatez no asombrarnos. Sería una necedad pensar en no alabar a nuestro maravilloso Dios.

“Nuestro Dios es un Dios maravilloso
Él reina desde el cielo con sabiduría, poder y amor
Nuestro Dios es un Dios maravilloso”
-Rich Mullins

Empecemos a ser unos locos asombrados que sólo hablen de la gracia y el poder de Dios. Empecemos a ser cautivados por la supereminente grandeza de su poder. Dejemos el letargo de una adoración trivial, basada en emociones y comencemos a decir junto con el salmista:

“Venid, oíd todos los que teméis a Dios, y contaré lo que ha hecho a mi alma” (Salmo 66:16).

No cesemos de proclamar la grandeza de nuestro Dios todopoderoso y no nos permitamos ser atrapados por la rutina, olvidando las proezas del Señor. Recuerda: ¡Prohibido olvidar! Y, ¡prohibido no ser asombrados por el Señor! Sólo el asombro nos llevará a sentir el glorioso temor de Dios. Amén.



[1] J. R. R. Tolkien, “Ainulindalë: La música de los Ainur” en El Silmarillion, Barcelona: Ed. Minotauro, 1993, p. 11.
[2]Ibídem.
[3] John Piper, Cuando no deseo a Dios: La Batalla por el Gozo, Grand Rapids, Michigan: Ed. Portavoz, 2006, cap. 11, p. 222.
[4] Clyde Kilby, en John Piper, Cuando no deseo a Dios: La Batalla por el Gozo, pp. 222-223.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tus comentarios. Éstos me animan a continuar publicando. Dios te bendice.