Existen
momentos altos y existen momentos bajos; existen momentos de gloria y existen
momentos de crisis. Pero, ¿por qué conformarnos con aquellos altos y bajos? Me
encontraba en un momento, en que mis fuerzas habían decaído y no podía
experimentar gozo. Deseaba tan sólo descansar y, en realidad, existían días en
que el cansancio me había alejado de Dios. Durante la noche asistí a la Noche
de Adoración y en ese momento caí rendido delante de Dios. Me preguntaba a mí
mismo, ¿por qué conformarme con los altibajos?
Acostumbrarse
a los altibajos podría ser un camino hacia la mediocridad y hacia la
frustración conformista que se dedica a resignarse. Recuerdo haber escuchado
alguna vez que alguien le recomendaba a otro alguien que debe ‘aceptar la
resignación’ y seguir adelante. ¡Qué cosa más absurda! ¡La resignación es total
enemiga de la fe! La resignación acepta las cosas como vienen y como van y en
ningún momento ejerce una fe en el ahora. ¿Dónde queda entonces Cristo, la
esperanza de vida?
Es
verdad que el dolor es una parte necesaria en nuestra vida, pero vivir del
dolor y creer que el martirio –muchas veces orgulloso– es el camino a la
redención, no es más que ignorancia
disfrazada de espiritualidad. El camino que Jesús nos da es el camino del gozo
y además, muchas veces la Palabra de Dios nos llama a regocijarnos. ¿Dónde entonces se le da cabida a la resignación?
Encuentro
muchos vacíos en ciertas enseñanzas dedicadas al dolor y al sufrimiento, como
aceptando los altibajos como normativa de vida. Las Escrituras me muestran el
camino de la fe y del gozo… no una fe enseñada en aquellas enseñanzas, puestas
en un gozo futuro e inalcanzable. ¡Cuántos cantos se dedican a exaltar un gozo
lejano! Sí, nuestro gozo completo y mayor será cuando estemos disfrutando y
deleitándonos con nuestro bien mayor: Dios, pero eso no da pie a no disfrutar
del gozo que hayamos en la vida
abundante que Jesucristo nos da.
Nuevamente
me pregunto, ¿por qué conformarnos y resignarnos a los altibajos?
Cuando
estamos conscientes de aquellas dos palabras: vida abundante y
dejamos que éstas calen en lo más profundo de nuestro corazón, alma y espíritu,
entraremos al nivel de la verdadera vida de FE. No como aquella “fe” que espera
y espera y espera en el futuro, viviendo de resignación por la situación actual
en que se vive, sino una FE que cree en el ahora; que cree en lo que Jesucristo
tiene preparado en el ahora. Una fe que ve su realidad terrenal, pero desata la
realidad mayor y poderosa que sucede en el campo de la eternidad, el ámbito
espiritual. Es una fe que se atreve a cambiar todo a su entorno y vive en el
gozo manifiesto de la presencia de Dios.
No
existe para mí otra forma de realmente vivir la vida en abundancia, que
desatando esa vida que fluye como ríos de agua viva, para que inunde todo a
nuestro alrededor. Que sea como aquella visión que tuvo Ezequiel de las aguas
que lo llenaban todo y todo cobraba vida. Ríos de sanidad, de vida, de
transformación que nos llevan a experimentar el verdadero gozo.
Íbamos
rumbo a una visita en una casa, donde nos esperaba una mujer, que tenía muchos
problemas con su esposo. Éste no era cristiano y no quería saber nada del
evangelio. Mi compañera empezó a explicar acerca de la gracia, usando tan sólo
una hoja en blanco y hablando sobre la separación del hombre de Dios y de cómo
Jesucristo cambió todo. Cuando terminó de hablar, pude ver el rostro inmutable
del hombre y cómo esperaba que todo terminase ya, para volver a sus quehaceres.
Encima de todo, había demasiada presión, porque a más de la familia, habían ido
muchos miembros de la iglesia.
Uno
de los miembros de la iglesia pidió que orásemos y nos vayamos. La realidad era
ésa; no había posibilidad alguna de que pase algo más con este hombre. Sin
embargo, sintiéndome torpe de palabras, empecé a hablarle a ese hombre sobre
nuestra condición pecadora y la pena que el Juez exige por el pecado. Le hablé
de que Dios siendo tan santo no tolera el pecado, pero al mismo tiempo, siendo
amor no puede matar al hombre. Le expliqué acerca del gran intercambio en la
cruz y al final le dije: “No es una coincidencia que hoy hayamos venido a su
casa” –“Lo sé” –dijo él. Luego añadí: “Dios dice que hoy es el día de la
salvación”. Simplemente di un paso de fe. No me iba a ir sabiendo que ese
hombre no iba a venir a los pies de Cristo. A final recibió la vida eterna y su
rostro reflejaba el gozo de la salvación.
La
fe es capaz de cambiar todo a nuestro alrededor. En este hombre cambió su
eternidad y sé que cambiará la situación con su esposa. No podemos conformarnos
con los altibajos, ¡sino que a los bajos los debemos llevar a las alturas que
Dios ha preparado para nosotros!
Eso
es lo que me dice Habacuc, que Dios hace mis pies como de ciervas para
llevarme andar en mis alturas. Son alturas
que Dios ha preparado para cada uno de nosotros. Y mis alturas no son las
alturas de nadie más. Son diseños eternos que Dios ha preparado para que
nosotros andemos en ellos. Diseños espirituales de bien y no de mal. Son Sus
pensamientos, Sus sueños para cada uno de nosotros. Pero para disfrutar de
ellos, debemos renunciar a la resignación y a creer que el dolor es el modus vivendi que Dios ha creado para
nosotros.
No
estoy negando que el dolor de las pruebas y tribulaciones sobrevendrán, pero
estoy diciendo que nosotros tenemos el poder de la fe para cambiar la realidad
y tornar ese dolor en bendición y gozo para nuestra vida. Dios nos ha equipado
con una medida de fe. Ejerzámosla y atrevámonos a entrar en los lugares
celestiales y desatemos aquellos diseños divinos para andar en las alturas que
Dios ha preparado para nosotros.
Nuevamente
te pregunto, ¿por qué conformarnos con los altibajos, cuando puedes andar con
pies como de cierva en tus alturas?
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