viernes, 16 de marzo de 2012

¡Pelea!


Nuestra realidad natural nunca reemplazará a nuestra realidad espiritual. Por mucho que nos enfrasquemos en querer convencernos a nosotros mismos que la realidad espiritual concierne únicamente a Dios, sus ángeles y Satanás y no nos involucra a nosotros, no la haremos desaparecer de nuestra realidad natural. Asimismo, por mucho que queramos convencernos que nuestra única pelea es en el campo de la mente, me atrevo a decir que estaremos peleando una batalla con pocas oportunidades de ganar.

Los constantes fracasos y caídas en el pecado podrían deberse a no tomar en consideración el ámbito espiritual de nuestro campo de batalla. Se habla de la carne, de la naturaleza pecaminosa del hombre, de la depravación humana, pero poco o nada se menciona el carácter espiritual de nuestra batalla. Puede incluso mencionarse la armadura del Espíritu y hacer referencia a Efesios –e incluso aseverar que nuestra lucha no es contra carne ni sangre, sino contra potestades y huestes de maldad–, pero inmediatamente volver a hablar únicamente de nuestra naturaleza pecaminosa y debilidad hacia el placer de la carne… y no estar consciente de que existe un campo mas allá al que deberíamos entrar… y en ese campo solo existe una palabra: ¡Pelea!

Durante un tiempo de estudio bíblico solo de hombres, de un momento a otro uno a uno, empezaron a confesar sus caídas, debilidades y frecuentes fracasos. El Espíritu Santo, pronto empezó a inquietarme y pude oír, casi como un grito, Su voz: “¡Pelea!”.

Esto es cuestión de pelear a muerte. Estamos en el medio de una batalla, de una lucha espiritual. Lo interesante es que esta pelea no es como muchos creen –y por ignorancia ridiculizan la guerra espiritual– entre Dios y el diablo. De ninguna manera. ¡Jesucristo ya venció a la muerte en la cruz! ¡Descendió a las profundidades y llevó cautiva la cautividad!... La guerra es contra nosotros los santos. Es una lucha entre el diablo y nosotros y es una pelea a muerte donde, o él cumple su propósito de vernos destruidos, o nosotros ejercemos la autoridad que nos fue concedida por la victoria de Jesucristo en la cruz del calvario y destruimos a nuestro enemigo.

¡Es cuestión de pelear!

No de continuar lamentándonos en nuestro lugar secreto por nuestras constantes caídas y seguir pidiendo ayuda para no caer en tentación. Es tiempo de detener nuestras quejas y tomar autoridad y pelear. Ése es el grito del cielo, el llamado de Dios para cada uno de nosotros: “¡Pelea!”

No es cuestión de hablar de la armadura de Dios, sino de usarla. No es cuestión sólo de leer la Biblia por cumplir un propósito de ‘leer la Biblia en un año’, ni de estudiarla para adquirir conocimiento. El conocimiento nunca ganará esta pelea, sino la sabiduría. Y el principio de la sabiduría es el temor de Dios. Y el temor se hace evidente cuando caemos sobre nuestras rodillas y nos postramos rostro en tierra delante de la Majestad del Rey. Es cuando estamos conscientes de la misma presencia de Dios y no podemos hacer más que postrarnos y adorar.

“Cuando pienso en tu amor y en tu fidelidad
No puedo hacer más que postrarme y adorar.
Cuando pienso en cómo he sido
Y hasta donde me has traído
Me asombro de ti”

 El temor nace con el asombro y ello produce adoración. Es caer ante el Rey y hacer como aquella mujer que no cesaba de lavar los pies de Jesús con sus lágrimas y derramó todo lo que tenía sobre Jesús. No es simplemente cantar, ¡es adorar!… Esperar escuchar la voz de Dios. Querer ver Su rostro, la hermosura de Su presencia… Anhelar Su gloria, tal como Moisés lo hizo.

¡Es cuestión de pelear!

De ser empoderados con las declaraciones que la Palabra de Dios hace. Es apropiarnos de cada palabra en la Biblia. No solo de leerla, sino de apropiarte de lo que Ella dice de ti y de tu Señor.

Si la Biblia declara: “El Señor es mi pastor”, haz esa palabra tuya: “El Señor es mi pastor”. Si dice: “El Señor es mi refugio y mi fortaleza”, haz tuya esa palabra: “El Señor es mi escudo y mi fortaleza”.

Fui muy impresionado con una parte de la historia de José, cuando la Biblia narra que Potifar notó que Dios estaba con él. ¿Acaso fue porque José llevaba una vida espiritual? ¿Acaso porque oraba a su Dios? Potifar también oraba a sus dioses. ¿Acaso porque ayunaba? Posiblemente Potifar también lo hacía. Y no me imagino a José llevando una Biblia bajo su brazo… No. La Biblia misma dice que fue porque Dios había hecho que todo lo que José tuviera en sus manos sea exitoso.

El mismo poder de Dios acompañaba a José. Era Su gloria misma en José. El había sido empoderado de aquello y lo ejercía. Y ese poder llevo a José a vencer sobre la tentación y alcanzar las alturas que Dios había preparado para él.

Basta de conformarnos con los altibajos. Es tiempo de tomar las armas de la luz y pelear contra aquél que está robando nuestras bendiciones, las alturas que por derecho nos corresponden.

¡No te amoldes a este siglo, sino sé transformado y empoderado con la gloria de Dios y pelea! No es fácil. Yo también he caído, pero fue entonces que dejé de aceptar los altibajos como norma de vida y llevar mis bajos a las alturas que Dios ha diseñado para mí. ¡Y eso es pelear! No tan sólo vivir en el círculo de caer, arrepentirse, subir y volver a caer. Es tiempo de ser conquistadores y tomar lo que el Señor ha preparado para nosotros. ¡Somos hijos de Dios, escogidos para ser conquistadores!

Pero ello demanda de nosotros invertir tiempo en adoración y pelar. Ser tan llenos de la gloria de Dios, que las otras personas puedan ver –como con José– que el Señor está con nosotros. Y vencer al enemigo y decirle: 

“¡Basta! Hasta aquí llego tu tiempo, porque yo soy un hijo de Dios y tengo la autoridad para derrotarte, porque Jesucristo ya te venció”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tus comentarios. Éstos me animan a continuar publicando. Dios te bendice.