Nuestra
realidad natural nunca reemplazará a nuestra realidad espiritual. Por mucho que
nos enfrasquemos en querer convencernos a nosotros mismos que la realidad
espiritual concierne únicamente a Dios, sus ángeles y Satanás y no nos
involucra a nosotros, no la haremos desaparecer de nuestra realidad natural.
Asimismo, por mucho que queramos convencernos que nuestra única pelea es en el
campo de la mente, me atrevo a decir que estaremos peleando una batalla con
pocas oportunidades de ganar.
Los
constantes fracasos y caídas en el pecado podrían deberse a no tomar en
consideración el ámbito espiritual de nuestro campo de batalla. Se habla de la
carne, de la naturaleza pecaminosa del hombre, de la depravación humana, pero
poco o nada se menciona el carácter espiritual de nuestra batalla. Puede incluso
mencionarse la armadura del Espíritu y hacer referencia a Efesios –e incluso
aseverar que nuestra lucha no es contra carne ni sangre, sino contra potestades
y huestes de maldad–, pero inmediatamente volver a hablar únicamente de nuestra
naturaleza pecaminosa y debilidad hacia el placer de la carne… y no estar
consciente de que existe un campo mas allá al que deberíamos entrar… y en ese
campo solo existe una palabra: ¡Pelea!
Durante
un tiempo de estudio bíblico solo de hombres, de un momento a otro uno a uno,
empezaron a confesar sus caídas, debilidades y frecuentes fracasos. El Espíritu
Santo, pronto empezó a inquietarme y pude oír, casi como un grito, Su voz:
“¡Pelea!”.
Esto
es cuestión de pelear a muerte. Estamos en el medio de una batalla, de una
lucha espiritual. Lo interesante es que esta pelea no es como muchos creen –y
por ignorancia ridiculizan la guerra espiritual– entre Dios y el diablo. De
ninguna manera. ¡Jesucristo ya venció a la muerte en la cruz! ¡Descendió a las
profundidades y llevó cautiva la cautividad!... La guerra es contra nosotros
los santos. Es una lucha entre el diablo y nosotros y es una pelea a muerte
donde, o él cumple su propósito de vernos destruidos, o nosotros ejercemos la
autoridad que nos fue concedida por la victoria de Jesucristo en la cruz del
calvario y destruimos a nuestro enemigo.
¡Es
cuestión de pelear!
No
de continuar lamentándonos en nuestro lugar secreto por nuestras constantes
caídas y seguir pidiendo ayuda para no caer en tentación. Es tiempo de detener
nuestras quejas y tomar autoridad y pelear. Ése es el grito del cielo, el
llamado de Dios para cada uno de nosotros: “¡Pelea!”
No
es cuestión de hablar de la armadura de Dios, sino de usarla. No es cuestión sólo
de leer la Biblia por cumplir un propósito de ‘leer la Biblia en un año’, ni de
estudiarla para adquirir conocimiento. El conocimiento nunca ganará esta pelea,
sino la sabiduría. Y el principio de la sabiduría es el temor de Dios. Y el
temor se hace evidente cuando caemos sobre nuestras rodillas y nos postramos
rostro en tierra delante de la Majestad del Rey. Es cuando estamos conscientes
de la misma presencia de Dios y no podemos hacer más que postrarnos y adorar.
“Cuando pienso en
tu amor y en tu fidelidad
No puedo hacer más
que postrarme y adorar.
Cuando pienso en cómo
he sido
Y hasta donde me
has traído
Me asombro de ti”
El temor nace con el asombro y ello produce adoración.
Es caer ante el Rey y hacer como aquella mujer que no cesaba de lavar los pies
de Jesús con sus lágrimas y derramó todo lo que tenía sobre Jesús. No es
simplemente cantar, ¡es adorar!… Esperar escuchar la voz de Dios. Querer ver Su
rostro, la hermosura de Su presencia… Anhelar Su gloria, tal como Moisés lo
hizo.
¡Es
cuestión de pelear!
De
ser empoderados con las declaraciones que la Palabra de Dios hace. Es
apropiarnos de cada palabra en la Biblia. No solo de leerla, sino de apropiarte
de lo que Ella dice de ti y de tu Señor.
Si
la Biblia declara: “El Señor es mi pastor”, haz esa palabra tuya: “El Señor es mi
pastor”. Si dice: “El Señor es mi refugio y mi fortaleza”, haz tuya esa
palabra: “El Señor es mi escudo y mi fortaleza”.
Fui
muy impresionado con una parte de la historia de José, cuando la Biblia narra
que Potifar notó que Dios estaba con él. ¿Acaso fue porque José llevaba una
vida espiritual? ¿Acaso porque oraba a su Dios? Potifar también oraba a sus
dioses. ¿Acaso porque ayunaba? Posiblemente Potifar también lo hacía. Y no me
imagino a José llevando una Biblia bajo su brazo… No. La Biblia misma dice que
fue porque Dios había hecho que todo lo que José tuviera en sus manos sea
exitoso.
El
mismo poder de Dios acompañaba a José. Era Su gloria misma en José. El había
sido empoderado de aquello y lo ejercía. Y ese poder llevo a José a vencer
sobre la tentación y alcanzar las alturas que Dios había preparado para él.
Basta
de conformarnos con los altibajos. Es tiempo de tomar las armas de la luz y
pelear contra aquél que está robando nuestras bendiciones, las alturas que por
derecho nos corresponden.
¡No
te amoldes a este siglo, sino sé transformado y empoderado con la gloria de
Dios y pelea! No es fácil. Yo también he caído, pero fue entonces que dejé de
aceptar los altibajos como norma de vida y llevar mis bajos a las alturas que
Dios ha diseñado para mí. ¡Y eso es pelear! No tan sólo vivir en el círculo de
caer, arrepentirse, subir y volver a caer. Es tiempo de ser conquistadores y
tomar lo que el Señor ha preparado para nosotros. ¡Somos hijos de Dios,
escogidos para ser conquistadores!
Pero
ello demanda de nosotros invertir tiempo en adoración y pelar. Ser tan llenos
de la gloria de Dios, que las otras personas puedan ver –como con José– que el
Señor está con nosotros. Y vencer al enemigo y decirle:
“¡Basta!
Hasta aquí llego tu tiempo, porque yo soy un hijo de Dios y tengo la autoridad
para derrotarte, porque Jesucristo ya te venció”.
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