“No
sé lo que me esperará cuando regrese a casa” –me decía mi amigo–. “Yo tengo mis
planes, pero a Dios le gusta hacer los suyos encima de los míos”. Devon ([*])
lucía impaciente y realmente preocupado por qué hacer cuando termine su
período, aun cuando tiene mucho tiempo por delante. La constante preocupación
lo ha llevado a sentirse realmente estresado y posiblemente a sentir angustia.
El
hecho es que, no importa lo que podamos creer o predicar, vivir realmente
depositando todo en manos de Dios y esperar en Su voluntad, es algo
completamente difícil, porque ello demanda vivir en la dimensión de la fe.
Me
temo que la gran mayoría de nosotros aún creemos que la fe es algo depositado
en el futuro, como esperando que aquello algún día suceda. Sin embargo, Dios es
un Dios del presente, quien tiene preparado para nosotros pensamientos de bien
y no de mal (Jeremías 29:11). Si él ha preparado de antemano buenas obras para
que vivamos en ellas (Efesios 2:10), ¿no es acaso algo que existe en el ahora y
no en el futuro?
Dios
habita en la eternidad y en esa dimensión no existe un futuro lejano y
distante. El tiempo existe para nosotros y nosotros vivimos sujetos bajo esas
leyes físicas y terrenales. Sin embargo, existe la ley del Reino de los Cielos
que es Suprema y a la que realmente pertenecemos. El apóstol Pablo en su carta
a los Efesios, declara que Dios nos ha bendecido con toda bendición espiritual
en los lugares celestiales (Efesios 1:3). De acuerdo a este verso, Dios ya
lo ha hecho. No es algo que pertenece al futuro, sino al presente. Aquello
existe en la dimensión espiritual, ¡ahora!
Intentaba
explicarle esto a mi amigo y que Dios conoce el final de nuestra historia. Él
ha preparado buenas obras de antemano; Él nos escogió antes de la fundación del
mundo para que seamos hechos Sus hijos, Sus herederos y coherederos con Cristo
Jesús. La Biblia misma declara que Dios empieza con el final y luego va al
principio. Él, desde el vientre nos escogió para Sus planes y propósitos. Sí,
es fácil declararlo pero, ¡qué duro es vivir en ello! Y no es para menos.
Vivimos en un mundo que mide nuestro éxito por el lugar que provenimos, los
estudios realizados y el centro educativo de donde salimos. Los padres esgrimen
orgullosos los triunfos de sus hijos, porque se nos ha enseñado y condicionado
a medir el éxito y el triunfo por la cantidad de logros alcanzados. Es algo
común a los seres humanos y cuando ese pensamiento se ha arraigado a nuestro
psiquismo, extraerlo es muy difícil.
Por
ello, la frustración alcanza altas esferas, porque ligado a este pensamiento,
surge el hábito de la comparación y tarde o temprano, la comparación engendra
envidia, amargura y decepción. En otros casos engendra orgullo, vanagloria y
egoísmo. No hay lugar para el amor, porque el amor sólo existe en medio de la
mansedumbre y humildad.
Sin
embargo, Dios no mide nuestro éxito por nada en particular. Para Él, nosotros
somos exitosos por el simple hecho de ser Sus hijos. No existe nada que pueda comprar ese derecho,
únicamente la gracia de Dios. Nuestro triunfo está asegurado cuando nos
volcamos hacia Él y tomamos todos nuestro “logros” y los consideramos como
basura, para tener el Bien Mayor en Jesucristo. He ahí el mayor triunfo y logro.
Basta aquello para ser ciudadano del Reino de los Cielos y ser herederos de
todo aquello que Dios ha preparado de antemano.
¡Cuánta
diferencia! En ese momento, Dios escribe tu historia desde el final,
determinando Su plan para tu vida y para cumplir en ti aquellos pensamientos de
bien y no de mal, para darte el futuro que esperabas…
¡Cuánto
has anhelado un sueño y no lo has visto cumplirse! Ves que los impíos prosperan
y tú no alcanzas nada. Pero Dios te promete darte aquello que anhelas. Él
conoce los deseos de tu corazón. No es tan sólo una esperanza, sino “el final
que esperas” (Jeremías 29:11). La esperanza está ligada al futuro y podría llegar
a ser una ilusión, un ideal inalcanzable, pero Dios habla del fin que anhelas
en tu corazón: buenas obras que Él ha preparado de antemano para que andes en
ellas.
Nunca
imaginé estar aquí, al otro lado del mundo, teniendo amigos de distintas
nacionalidades y llevando el mensaje de salvación alrededor del mundo. Nunca.
Aquello pertenecía únicamente al campo de mis sueños. Viví en una familia
disfuncional, con escasos recursos económicos y luego en una total depravación
moral, viviendo de un lado al otro, mendigando dinero, comida para subsistir,
simplemente porque no podía desprenderme de eso.
Cuando
Jesucristo me libertó y me dio una nueva vida, restauró mi familia y me mostró
el propósito para el cual fui creado, oré con tanto fervor que Él me permita,
al menos, una vez en mi vida viajar a otro país… Fue como si Dios dijera: “Está
bien, ¿deseas viajar? Lo harás, pero dentro de mis planes. Viajarás sirviéndome
y siendo portavoz de mi mensaje”.
Dios
toma tus deseos, tus planes y los torna para los Suyos. Él conoce los deseos de
tu corazón y Él te dará eso y más. Porque sus pensamientos son de paz, de gozo.
Por ello se llama “vida en abundancia”.
No
te desgastes pensando en el futuro ni permitas que el diablo robe tu gozo ni tu
paz. Como lo he escrito en publicaciones anteriores, penetra con tu fe a la
dimensión espiritual y desata todo aquello que Dios ya ha diseñado para ti. No
te amoldes al pensamiento de éxito de este mundo, sino que vive para ser un
siervo del Rey, confiando en Sus planes y en todo lo que Él ha designado para
tu vida.
Yo
declaro sobre ti cielos abiertos y declaro que tu fe será fortalecida y que
Dios te mostrará más de Sí mismo y de los planes que Él ha diseñado para ti.
Declaro que Él te llevará a otro nivel de gloria y saborearás las delicias de
andar con pies como de cierva en tus alturas. Amén.
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